¿Buscando una misión? Pregunta a tu talento
Cuando nos separamos del vientre materno para comenzar un camino individual, en ese instante en el que nos dan nuestra primera palmadita en el “culete”, nos están impulsando a buscar nuestra misión en el mundo, nuestro sentido de vivir. Y esa misión está conectada con nuestro talento.
La misión es el encargo que tenemos por el simple hecho de ser personas. Venimos al mundo para cumplir una misión y cada uno tiene la suya propia. Algunos esto lo ven como un problema, pues ese encargo no viene con instrucciones, ni indicaciones. Para mi esta es la grandeza del encargo, el tener que descubrirlo, el poder elegir, el poder equivocarse.
¡Qué fácil sería, que con la palmadita nos dejaran una nota que dijera: tú has nacido para ser emprendedora! ¿Pero, acaso tendría sentido que lleguemos dotados de mente, corazón, alma y cuerpo para no tener que descubrir que hacer con ellos? ¿Qué nos quedaría si no podemos decidir si canto, bailo, emprendo, si tengo mayores cualidades para el ritmo que para el cálculo?
Si las competencias emocionales no son genéticas sino aprendidas, si las habilidades se desarrollan a lo largo de nuestra vida, si el cuerpo va cambiando con el paso del tiempo y la mente va evolucionando con la adquisición de conocimientos, experiencias y con las emociones vividas, ¿qué sentido tendría que viniéramos al mundo sabiendo que vamos a ser emprendedores? Si así fuera, lo razonable, en términos de pura eficiencia, sería que naciéramos ya con todo lo necesario para ser emprendedores y que no tuviéramos que hacer nada para serlo.
Entonces, ¿por qué llegamos con todo por hacer? Porque uno de nuestros mayores atributos y derechos es la libertad, entendida como posibilidad de hacer, de ser, de elegir, de desarrollar, de crear, de decidir. ¿Y por qué un encargo? Porque aquí estamos de paso, pero no para pasar, y porque no tiene sentido transitar por el mundo sin un propósito, sin un para qué. Porque nadie compraría una máquina para dejarla parada en cualquier lugar del planeta, sin usarse, sin producir. Y si alguien lo hiciera, diríamos que está loco, es un despilfarrador, un insensato, y alguna cosa más.
Porque si llegamos con unos dones, huéspedes que habitan nuestra mente, nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra alma, será para hacer algo con ellos y ponerlos en valor. Aquí empieza la búsqueda, ¿cuales son mis dones?, ¿que puedo hacer con ellos?, ¿cómo los voy a emplear?, ¿qué da sentido a mi vida?, ¿cual es mi propósito?, ¿cual es mi misión? ¿qué me apasiona?
Detrás de todas estas preguntas hay un norte que nos guía: los demás, porque lo que traemos y lo que hacemos con ello, no solo es para producir valor para nosotros sino para la sociedad en su conjunto. Jose Antonio Marina nos dice que la inteligencia utilizada solo en beneficio propio es una inteligencia fracasada. La inteligencia no compartida, no usada en beneficio de la comunidad es una inteligencia limitada, que no se amplia, que no multiplica.
Por eso la misión es un encargo de servicio a los demás, que comienza con la ardua tarea de saber en qué consiste, para qué estamos en este mundo, qué es lo mejor que podemos hacer por los demás, no tanto pensando en lo que necesiten, si no en lo que nosotros podemos aportar de una manera única, diferente e irrepetible.
¿Pero cómo descubrir cual es mi misión? Mira con aprecio dentro de ti y busca aquello con lo que disfrutas, aquello que cuando lo haces fluyes, el tiempo se para, no sientes resistencia, sientes emociones agradables, tienes una gran energía, estás motivado, experimentas sensación de libertad y autenticidad. Ahí, están tus dones, tus fortalezas, tu potencial, tu talento, pregúntales qué pueden hacer, cómo lo van a hacer, imagínate como será lo que conseguirás, qué veras, qué oiras, qué sentirás. Centra toda tu atención y energía en ello, porque todo aquello en lo que nos centramos crece.
La excelencia se logra desarrollando las fortalezas, no subsanando o compensando las debilidades.
Nuestra misión personal siempre va a estar alineada con aquellas actividades que nos hacen sentir mejor, porque sentimos que las hacemos bien, porque vemos que los demás las valoran, las aprecian, las identifican algo destacable de nosotros, porque el resultado que logramos lo sentimos como propio, como algo que hemos creado, aunque sea una simple sonrisa.
Nunca es tarde para encontrar tu misión, ponte en marcha y no pares hasta conseguirlo, hay mucha gente que te está esperando. A veces la tienes delante y no la ves, no siempre se trata de dejarlo todo y cambiar de forma de vida, puede ser que simplemente tengas que mirar de forma diferente lo que te rodea y encontrar la misión en lo que ya haces. Si necesitas ayuda puedes contar con el acompañamiento de un coach o un mentor, aunque tu mejor mentora es tu intuición, esa brújula interna que si la escuchas, confías en ella y aprendes a usar, siempre te lleva a buen puerto.
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