Cuando sentir era parte del trabajo
En medio de todas las noticias relacionadas con la «Gran Renuncia», «Trabajadores Zombi», o «los grandes desafíos del talento en las organizaciones», me vienen a la mente numerosas ideas, reflexiones e inquietudes que me conectan con la lectura del libro «El Artesano» de Richard Sennet. Una de ellas es la paulatina separación, a la que estamos asistiendo desde hace ya muchos siglos, entre «el hacer» y «el pensar», entre «el sentir» y «el hacer», que nos está privando del sentir haciendo.
Los oficios artesanos de la Edad Media eran el paradigma de la conexión entre cuerpo, mente y emoción. Unas manos afanosas guiadas por la emoción del contacto con la materia (oro, seda, madera, metal…), descubriendo en ella posibilidades de forma infinitas, imperfecciones que podían convertirse en seña de identidad, imaginando formas para servir a su uso pero también a la experiencia sensitiva de su usuario, experimentando la emergencia mental de ideas de cómo darle forma y convertirlas en una pieza única. La artesanía no estaba guiada por la uniformidad y la producción en masa sino por la esencialidad de cada pieza única y la excelencia en el trabajo. La industrialización trajo la mecanización del trabajo y la imposición del valor de la uniformidad y la perfección, que no es propio de los humanos, sino de las máquinas. Ese ideal de perfección es la causa de una pérdida paulatina de la confianza y seguridad de las personas en sí mismas por la imposible carrera de lograr resultados perfectos una y otra vez, que a su vez genera resistencias al aprendizaje experiencial por el miedo a hacer y fallar, por el temor a cometer errores.
La obsesión por la perfección anula la creatividad, la improvisación, le quita pasión al trabajo, la emoción de probar y probar para ir haciéndolo cada vez mejor, la oportunidad de descubrir una nueva posibilidad tras un resultado no esperado. Si a ello le unimos otro de los valores de la era industrial, la producción en masa, y la obsesión por la inmediatez de resultados de los tiempos actuales, nos encontramos que el placer de experimentar, de aprender experimentando, practicando una y otra vez para mejorar, realizar un trabajo de calidad en el que esté presente parte de nuestra esencia, está condenado al aislamiento.
Decía Voltaire que «Lo perfecto es enemigo de lo bueno»y que lapersecución de la perfección puede llevar a los seres humanos a la amargura antes que al progreso.
La separación cuerpo, mente y emoción en la ejecución de tareas nos priva de muchos beneficios a nivel cognitivo, emocional, expresivo y de otro tipo. Basta leer, por ejemplo, las numerosas ventajas que se asocian con escribir a mano: mejora del aprendizaje y la memoria, estimulo de la creatividad, favorece el pensamiento crítico y aumenta la concentración.
Pensar con las manos, involucrar el cuerpo y la mente en la realización de cualquier trabajo, sentir la experimentación, nos permite crear un vínculo personal y emocional con el trabajo, con la tarea. La necesidad de conexión, de vínculo y relación es una necesidad humana básica, somos seres sociales y relacionales. Esa necesidad se satisface en el trabajo en tres formas diferentes, que integran lo que se conoce como conciencia material
– metamorfosis: alterando la materia, el modelo, la forma, creando modelos propios, formas de hacer propias. En cierta forma, la metamorfosis que se experimentan jugando con el trabajo es una forma de extensión del poder creador que todos poseemos y nos hace sentir vivos, es como volver a nacer en cada trabajo.
– presencia: dejando una impronta personal en el trabajo, sintiendo que estamos en él, que habitamos y vivimos en él. El trabajo, la realización de actividades, desde el inicio de los tiempos ha sido uno de los medios que el ser humano ha tenido para transcender, de ahí que trabajar no solo sea hacer, estar ocupado, ganarse la vida, su importancia es mucho mayor, es un medio para realizarnos, desarrollar nuestra personalidad y transcender y, para ello, necesitamos sentir que estamos presentes en él, que nuestra especial característica de realizarlo, fruto de nuestra personalidad, está presente en él.
– antropomorfosis: atribuyendo cualidades humanas a los objetos materiales, como cuando decimos que una aplicación de sotfware es intuitiva o una plataforma es amigable. Otorgamos cualidades humanas al producto de nuestro trabajo porque, en cierta forma, es una manifestación de nuestro ser y con ello mantenemos el vínculo emocional, la relación con él, algo que sería más difícil si lo viéramos exclusivamente como algo inerte, físico, separado, desprovisto de humanidad.
«En cada bloque de mármol veo una estatua tan clara como si se pusiera delante de mí, en forma y acabado de actitud y acción. Sólo tengo que labrar fuera de las paredes rugosas que aprisionan la aparición preciosa para revelar a los otros ojos como los veo con los míos». Miguel Angel Buonarrotti
Esta frase de Miguel Angel Buonarrotti revela lo que es la conciencia material y la relación con el trabajo, esa capacidad de ver, imaginar anticipar lo que será antes de que sea, esa sensación de estar ya sumergido en él, fusionando el ser y el hacer, sintiendo que juntos somos todo uno.
Como escritora me siento más artesana que técnica y, a pesar de que el ordenador es la herramienta final del trabajo, todo libro comienza en una libreta y sus páginas se van llenando de ideas, reflexiones, anotaciones. La inspiración, la creatividad, las intuiciones, las hipótesis que luego se transforman en ideas o argumentos escritos en el ordenador, surgen y brotan en la libreta, de la conexión entre mi mente y mi mano. Incluso cuando planifico un proyecto lo hago en una libreta, las ideas de una conferencia las plasmo en una libreta. El ordenador no me inspira, no despierta mi creatividad es solo el lugar donde se traducen las ideas y se les da orden y estructura. Yo necesito pensar con las manos, porque en esa conexión mano-mente, cuerpo-mente es donde se despierta mi creatividad, mi intuición y mi inspiración. Mis sensaciones, mis emociones no son las mismas cuando escribo en el papel que cuando lo hago en el ordenador, mi experiencia de flujo tampoco.
Creo que ese pensar con las manos, esa involucración emocional en el trabajo, esa inmersión total en él es una fuente de aprendizaje sobre nosotros mismos de valor incalculable. El autoconocimiento que se revela tras un momento de práctica intensa, de un estado de flujo en la tarea es más importante que el que pueda proporcionar cualquier test o evaluación 360º grados.
Siento que eso que llamamos progreso, nos está privando de muchas experiencias vitales para nuestra humanidad. La tecnología nos permite más y más rápido pero ¿realmente mejor? No es lo mismo estar concentrado delante de un papel que delante de una pantalla, no es lo mismo un encuentro cara a cara que uno virtual. No es lo mismo hacer que sentir haciendo y el sentimiento es una aportación humana al trabajo que ninguna máquina o robot puede sustituir. Si dejamos de sentir en el trabajo y de impregnarlo de genuidad humana nos acabaremos convirtiendo en robots, y me temo que nuestras posibilidades de supervivencia se verán muy mermadas a medida que estos sean más avanzados y sofisticados. Debemos oponer la individualidad, la originalidad, la diversidad como valores a aportar al trabajo, impregnándolo de humanidad, frente a la perfección, solo así lograremos diferenciarnos de las máquinas y encontrar nuestro lugar en el mundo tecnificado que nos imponen.
En una época en la que se nos llena la boca con la importancia del talento, donde hablamos de cultivarlo, cuidarlo, atraerlo, desarrollarlo, cómo es posible que sigamos sometiéndolo a modelos de de desarrollo cada vez menos humanistas y orgánicos, y más mecanicistas. Cómo le pedimos a una persona que nos hable de sus aspiraciones, sus motivaciones a través de un software informático que luego acabará poniéndole una etiqueta, clasificándolo en una caja, desprovista de toda singularidad y emocionalidad. Luego nos obsesionamos con la falta de motivación y compromiso en el trabajo, sin darnos cuenta que no tiene tanto que ver con el tipo de trabajo que se desarrolla sino con como está organizado: sin espacio para reflexionar, para pensar haciendo, para sentir, para improvisar, para crear, para dialogar con la experiencia y para entablar una relación con la tarea. Como señala Richard Sennet los talleres de los artesanos no eran un simple lugar de trabajo eran un espacio social para encontrarse, compartir y aprender juntos. Un espacio lleno de rituales que aportaban sentido de comunidad y pertenencia. Un talento excelente requiere de la existencia de un modelo de referencia, de un estándar de excelencia, y pretendemos que ese modelo esté recogido en un código de práctica estático e inanimado, en un manual de calidad o buenas prácticas lleno de reglas e instrucciones, y no contentos con ello, también queremos que ese cuerpo inerte de palabras sea una fuente de inspiración para quien lo siga. Nos olvidamos que desde antiguo los modelos que nos inspiran a ser mejores, a superar retos son personas de carne y hueso, personas que nos emocionan con su historia personal, observando su ejemplo y para ello es necesario habilitar espacios para el encuentro humano.
En una época virtualizada, donde la separación entre la persona y la realidad irá en aumento, donde la posibilidad de tocar, de oler, de ver, de sentir la energía de los cuerpos, se verá cada vez más limitada, ¿de qué talento estamos hablando? ¿Puede existir el talento sin sentido y sensibilidad? ¿Podemos desconectar el talento del sentir, de la conexión con el propósito, la contribución, la realización personal?
«Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad». Miguel Angel Buonarrotti
No sé como lo vives tú, pero a mí me gusta sentirme Miguel Angel en cada proyecto, en cada trabajo que hago. Hace ya muchos años que he dejado de trabajar para organizaciones o personas que imposibilitan las tres formas de conciencia material que me permiten crear una relación emocional con el trabajo que desarrollo, anulando toda posibilidad de sentir que soy parte del trabajo, parte de la obra, parte de la creación y parte del cambio. Clientes que buscan la perfección, te ahogan con instrucciones, parámetros, modelos rígidos, clientes que quieren una máquina ejecutora a la que accionar una palanca y que aporte una respuesta automática y estándar según el manual de uso que está de moda. Yo no quiero ser una mera productora de trabajos, quiero ser artesana, artista, creadora, quiero ver el ángel en cada trabajo y dejarlo volar, quiero sentir en el trabajo. ¿Y tú, que quieres sentir en tu trabajo?
Autora: Mª Luisa de Miguel
Directora Ejecutiva Escuela de Mentoring.
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