El pasado 10 de Febrero, tuve la oportunidad de impartir una conferencia sobre «El papel del mentor como guía para impulsar el crecimiento empresarial» en la inauguración del proyecto «Barakaldo Mentoring Klub», que la Escuela de Mentoring está desarrollando en colaboración con Inguralde y el Ayuntamiento de Barakaldo. 

A través de esta publicación me gustaría compartir alguna de las ideas transmitidas en dicha conferencia.

El lema de la Escuela de Mentoring es “Hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás” (Voltaire) porque esta ha sido una de las formas de aprender más efectivas en toda la historia de la humanidad. Ser emprendedor/a y empresario/a es todo un camino de aprendizaje en el que contar con la ayuda de alguien, que ya ha vivido esa experiencia, puede marcar la diferencia en nuestras vidas y en nuestros negocios. 

El mentor como socio pensante que potencia el «factor PHR»: pensar, hacer, reflexionar; un hacer reflexivo y estratégico. 

Contar con un mentor para impulsar tu negocio, tu desarrollo como emprendedor o empresario es contar con un “socio pensante”, alguien que por su mayor experiencia empresarial te puede ayudar a pensar con mentalidad de empresa, a ser más estratégico, lo que se traduce en avanzar más rápido y de forma más eficaz, perdiendo menos tiempo y cometiendo menos errores. También te permite ser más objetivo, levantar la vista del día a día y mirar más allá, evitando que tomes decisiones sesgadas. Nuestras perspectivas condicionan nuestras preguntas y nuestras respuestas. A veces es difícil darnos cuenta de ellas porque estamos presos de creencias y emociones que nos impiden ver con claridad y nos aferramos a nuestras ideas y puntos de vistas como mecanismo de defensa.  

Un mentor te ayuda a pensarlo otra vez, a ver y abordar los problemas, los retos y las situaciones desde otra óptica y perspectiva que te facilita tomar mejores decisiones. Te aporta ideas, recursos, contactos, conocimientos, experiencias en forma de píldoras de sabiduría empresarial. Te ayuda a identificar oportunidades de diversificación, crecimiento, ahorro de costes y de tiempo para tu negocio y a que sepas buscarlas y aprovecharlas para mejorar la gestión tu negocio. Y, sobre todo, te impulsa a actuar, a realizar cambios, con más confianza y seguridad porque puedes contrastar con él ideas, aprender de sus aciertos y errores, tener más perspectiva, más opciones e información. En muchos casos te formulará preguntas y cuestionara algunas de las formas en las que estas haciendo las cosas, o te propones hacerlas, para hacerte reflexionar, pensarlo otra vez, ver otras opciones que a lo mejor son más adecuadas para tu objetivo. El mentoring es una práctica que favorece la diversidad cognitiva, que es fundamental para ser más creativos, más flexibles, más innovadores y mejores tomadores de decisiones. 

Las sesiones con un mentor/a son un espacio para pararse, levantar la vista del día a día que nos come, mirar más lejos y a los lados, tomarse un tiempo para reflexionar antes de actuar y hacerlo también después para aprender de nuestras acciones y resultados. Son pausas estratégicas aprovechadas por el mentor para potenciar el Factor PHR: Pensar, Hacer y Reflexionar. Es decir, un Hacer Reflexivo y Estratégico, que cada vez es más necesario en un mundo tan cambiante y que va tan deprisa en el que nos vemos inmersos en una inercia de atender lo urgente y a veces nos olvidamos de pensar más allá del corto plazo o en las consecuencias de una decisión para el conjunto del negocio. Y si no tenemos tiempo de parar y pensar de forma estratégica antes de actuar, mucho menos lo tenemos para reflexionar sobre nuestras acciones y el resultado que producen, si lo que estamos haciendo está dando los resultados deseados, qué es lo que realmente está pasando con ello en nuestra empresa, que más o que diferente podríamos hacer las cosas.

Según Sara Canady, en el ser humano existe un código genético que incluye un sesgo a la acción, que se ve reforzado por una cultura que valora la acción y que vincula el éxito empresarial al hacer, producir y tomar acción. El entorno empresarial contemporáneo refuerza esta tendencia, al igual que el ciclo de noticias acelerado y continuo. Sin embargo, muchas veces, actuar sin pensar y sin reflexionar sobre la acción y sus resultados nos conduce a errores, malos resultados y fracasos, de los que además no sabemos aprender, precisamente por esa falta de reflexión posterior sobre la experiencia para convertirla en aprendizaje.  Según la citada autora «el sesgo de la acción nos impulsa a comportarnos de forma improductiva”. Estar atrapados en la inercia del hacer nos impide pensar bien, para ello necesitamos parar, ponernos en pausa para pensar estratégicamente.

Esta es lo que explica que tras pasar por un proceso de mentoring se produzca una renovación empresarial, y también personal, porque nos permite resetear muchas prácticas que estaban obsoletas, desaprenderlas para aprender otras nuevas, renovando así nuestra mente, nuestros conocimientos, ideas, recursos y formas de hacer, para reiniciar con más frescura, energía, fluidez y agilidad. En un mundo tan cambiante como el actual la clave no está en acumular experiencia y conocimiento, es más importante la capacidad de repensar, desaprender y reaprender. 

Beneficios y aportaciones del mentoring en el ámbito empresarial

Un mentor empresarial te aportará aprendizajes que marcarán la diferencia en tu vida y en tu negocio. Algunas de las más importantes son:

1.-Foco y estrategia: tanto cuando comienzas un proyecto empresarial, como en ciertos momentos en los que las cosas se complican, surgen dificultades, hay cambios importantes e, incluso, el negocio ha crecido muy rápido, puedes sentirte desorientado y no saber por dónde avanzar. En estos casos un mentor/a te ayuda a poner foco en lo que es clave y trazar una estrategia para conseguirlo de forma más ágil y efectiva. 

2.- Seguridad en la toma de decisiones: muchas veces la soledad del emprendedor y del empresario hace que surjan dudas, que no sepas por donde tirar, que no estes seguro de si estas tomando las decisiones adecuadas, y el mentor/a puede ser un sabio consejero para tomar mejores decisiones. 

3.-Visibilidad en el mercado: gracias a su amplia red de contactos, su visión global de cómo funciona la empresa y los mercados, un mentor/a te puede ayudar a que tu negocio sea más visible, que puedas dar a conocer al mercado tu servicio o producto de una manera más amplia, convincente y diferenciadora, de tal forma que aumente tu capacidad para a atraer la atención de potenciales clientes y con ello tus ventas. 

4.-Digitalización: puede que estes perdiendo mucho tiempo en la gestión de tus procesos de negocio, la relación con tus clientes, el trabajo en equipo, oportunidades de ventas e ineficiencia en la gestión de la información y la documentación porque desconoces las herramientas tecnológicas necesarias para optimizar todos estos procesos, ser más eficaz, eficiente y ahorrar tiempo. Contar con un mentor/a que ha atravesado con éxito un proceso de transformación digital de su negocio, será de gran ayuda para cruzar el océano digital con éxito. 

5.-Redes de contactos: contar con una red de contactos sólida es clave en el desarrollo de cualquier emprendedor y empresario, para contratar proveedores con mayor confianza, seguridad y fiabilidad, para encontrar socios o colaboradores en diferentes iniciativas y proyectos, para acceder al talento que tu empresa necesita, para contrastar ideas, para acceder a determinados nichos de mercado. Los mentores/as se caracterizan por tener una amplia, diversa y fructífera rede de contactos y alianzas, que no solo ponen a disposición de sus mentees, sino que también los ayudan a crear la suya propia, implementando la estrategia adecuada, identificando oportunidades para ello y fortaleciendo sus habilidades sociales.

6.-Dificultades en la gestión de equipos: cuando las empresas comienzan a crecer y necesitan incrementar su personal o dan un salto importante en el número de trabajadores que emplea, suelen surgir dificultades a nivel de seleccionar el talento adecuado, crear equipos eficientes, saber gestionarlos y liderarlos. Todo ello consumen ingentes cantidades de tiempo, esfuerzo y energía, además, si no se sabe hacer adecuadamente afecta a la productividad y genera alta dosis de estrés. Otra de las características de un mentor/a empresarial es que tiene amplia experiencia en este campo y la pone a disposición de sus mentees, en forma de píldoras de sabiduría empresarial. 

7.-Dificultades financieras: hay emprendedores/as y empresarios/as que son muy buenos ejecutando las tareas propias de su actividad, pero a veces la gestión de los números se les escapa, no les gusta o no le prestan la debida atención y de repente comienzan a surgir dificultades de tesorería. También puede ocurrir que debido a las crisis económicas, o como la que hemos vivido con el coronavirus, el negocio necesite financiación o ajustes económicos para aguantar y seguir adelante. O quizás quieras realizar inversiones para darle un impulso a tu negocio y tienes dificultades para acceder a la financiación necesaria. Esta es otra de las áreas donde un mentor/a marca la diferencia. 

8.-Estrés: todo lo anterior, junto a diversas circunstancias personales o empresariales que puedas estar atravesando, acaba derivando en una acumulación de problemas a resolver que producen preocupaciones y sobrecarga de tensión que afecta a tu salud y por tanto a la eficiencia de tu proyecto. En situaciones de estrés no se toman buenas decisiones porque no se piensa con claridad. Contar con un aliado que te apoya, te comprende, porque probablemente habrá vivido situaciones similares, te ayuda a gestionar este malestar, a ver con mayor claridad, reduciendo la incertidumbre e inseguridad, puede ser todo un bálsamo de bienestar y prosperidad para ti y tu empresa. 

Todos estos beneficios los he contemplado a lo largo de mis 20 años de trayectoria como mentora y como parte de diversos programas de mentoring dirigidos a emprendedores y pymes, en los que han participado más de 3000 negocios. También lo avalan estudios realizados, como el publicado en el 2018 por PricewaterhouseCoopers , sobre 2el impacto socioeconómico del mentoring», en base a los procesos de mentoring  para la consolidación empresarial llevados a cabo por Youth Business Spain durante el periodo 2013-2017 en los que participaron como mentees 1100 pymes de toda España. Algunos de los datos más significativos, que incluye dicho estudio son:

-El 87% de las empresas participantes consideran que su paso por en el programa de mentoring fue un “factor clave” para el éxito de su proyecto empresarial. 

-El nivel de satisfacción con su empresa y su trabajo se incrementó en un 80% de los participantes. 

-Un 60% de los negocios de los mentees participantes inicio su fase de crecimiento y/o expansión.

-Más de la mitad de las pymes participantes han logrado duplicar su facturación y aumentar el número de trabajadores un 60% en tan solo cuatro años.

-Los negocios participantes ha logrado un 44% más de capacidad de atracción y mantenimiento de clientes

-El 43% de las pymes ha aprendido a gestionar de manera profesional sus negocios. 

-Un 42% han mejorado su posicionamiento de mercado y su red de contactos.

-Los negocios de los mentees que han participado en mentoring tienen más del doble de probabilidades de continuidad que el resto de la economía española, con una supervivencia empresarial del 87% en el quinto año frente al 41% del promedio nacional.

Lo que destacan de sus mentores la mayor parte de los participantes es que “nos hacen muchas preguntas que nos ayudan a escoger el mejor camino para conseguir nuestros objetivos” .

 

Vivencias que nutren y relaciones que crean ecosistemas sólidos

La experiencia empresarial de un mentor sirve para nutrir de sabiduría empresarial a otras personas, que están comenzando su andadura como empresarios o que necesitan dar un impulso a sus negocios, porque al final estos dependen de las decisiones que toman quienes están al frente de los mismos, es decir, de personas que tienen sus miedos, dudas, problemas, retos: sus dilemas personales y empresariales.

Y aunque los dilemas de las personas puedan ser diferentes, por el sector de actividad, la ubicación de la empresa, el tipo de negocio, el diferente contexto temporal y social, la vivencia que se experimenta y los procesos para gestionarla adecuadamente son los mismos, porque somos humanos y tenemos los mismos sesgos cognitivos, sentimos las mismas emociones cuando nos enfrentamos a lo nuevo, a los problemas, el cambio, la incertidumbre o la complejidad. Por eso las respuestas que otros dieron a sus dilemas empresariales, de negocio o de vida nos aportan claridad y luz para los nuestros, para las preguntas que nos hacemos y para calmar nuestros desvelos. 

Un mentor te aporta una mirada externa que te ayudará a identificar mejor qué es lo importante, las prioridades, y sobre todo, a saber identificar dónde poner el foco. Esto te permitirá hacer avanzar tu negocio de forma más segura y ágil, porque te guiará en el camino evitando que cometas errores habituales. Te sentirás acompañado, lo cual reduce el estrés,  la incertidumbre y te ayudará a introducirte en redes de contactos que potenciarán la visibilidad de tu negocio. 

Un mentor es alguien que se compromete con el éxito de otra persona, de ahí que el mentoring contribuya a fortalecer los ecosistemas empresariales y sociales porque crea un círculo virtuoso de aportación de valor, generosidad, retroalimentación del conocimiento, regeneración del mismo, co-creación, eficiencia al compartir recursos, establecimiento de alianzas y aprovechamiento de sinergias. Las relaciones de mentoring van mucho más allá de la finalización del proceso formal de mentoring, porque están cimentadas sobre vínculos fuertes, sólidos, de aprendizaje y enriquecimiento mutuo.

Todo ello da lugar a la creación de un capital social empresarial que contribuye, como señaló Robert Putman, a incrementar la eficiencia y productividad de los sistemas y mejorar la distribución de la riqueza dentro de los mismos. Esto es posible gracias a la potencialidad de las redes de contactos para impulsar acciones compartidas y coordinadas. El capital social que se construye a través de las relaciones de mentoring es de carácter instrumental, es decir, basado en relaciones transversales y heterogéneas cuyo objetivo es lograr una mejor sociabilidad, permitiendo el acceso a recursos adicionales, favoreciendo la autonomía, la movilidad y la cohesión social, reduciendo los costes de transacción y generando nuevo aprendizaje (Rodríguez Carmona). 

Más y mejores relaciones de mentoring en el ámbito empresarial dará lugar a un fortalecimiento de los ecosistemas empresariales de un territorio.

Continuamos nuestra colaboración  con Sintetia, el portal de divulgación para mentes inquietas, con un artículo en su sección de economía bajo el título “Menos líderes y más creyentes para impulsar la autoeficacia.»

La salud emocional y mental se está erosionando de forma paulatina en nuestra sociedad debido a los altos niveles de estrés provocados por la presión constante del cambio, la incertidumbre, las crisis y otros muchos factores. Por ello, el gran reto de la sociedad contemporánea es reducir la brecha existente entre las demandas y expectativas del entorno y la capacidad mental para afrontarlas.

Mejorar la calidad de nuestras conversaciones para mejorar nuestra capacidad de comprensión y decisión es la mejor ayuda que hoy nos podemos prestar para enfrentar los retos presentes y futuros. Las conversaciones de calidad refuerzan las creencias de autoeficacia individual y colectiva de las personas a través de un circuito conversacional que comienza con el propósito y finaliza con la acción y el autofeedback o práctica reflexiva.

Con esta practica conversacional estaremos potenciando en nuestra vida el Factor PHR: Pensar, Hacer, Reflexionar.

  • Pensar: ¿A qué puedo contribuir o mejorar? ¿Cómo voy a hacerlo?
  • Hacer: Actuar con conocimiento de causa o propósito.
  • Reflexionar: ¿Qué he logrado, qué he aportado, que he aprendido?¿Qué puedo hacer mejor en el futuro para hacer realidad mi propósito

 

En un mundo rendido a la transformación digital, debemos recordar que la mejor tecnología para construir el futuro sigue siendo la conversación.

Te invitamos a leer el artículo completo publicado este mes de Enero en Sintetia  para conocer a fondo como liderar desde el propósito, la fe y la convicción, utilizando las conversaciones que potencian la autoeficacia personal para impulsar la autoeficacia colectiva.

En este enlace puedes acceder al artículo completo de nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel. Deseamos que lo disfrutes y estaremos encantados de contar con tus comentarios.

Una vida plena, es una vida conversada. La inteligencia conversacional nos aporta plenitud y felicidad.

Conversar es mucho más que hablar, mucho más que contar y compartir información. Conversar es crear posibilidades, es transformar realidades, es construir sueños, es conectar mundos. Todo en la vida sucede a través de conversaciones, con otros o con nosotros mismos. De nuestras conversaciones se derivan nuestros estados de ánimo, nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestras acciones y nuestros resultados.

En su libro Inteligencia Conversacional, Judith E. Glaser señala que las conversaciones ocurren en tres niveles:

Nivel I, conversaciones de intercambio de información, preguntas y respuestas, transacciones informativas sin más transcendencia. Son conversaciones rutinarias.

Nivel II, conversaciones en las que se comparten puntos de vista y suelen centrarse en tratar de convencer al otro de nuestros argumentos y posiciones. Las conversaciones de los egos.

Nivel III, conversaciones presididas por la presencia en el aquí y ahora, la escucha global y profunda, la consideración empatica, la confianza  y la esencia comunicativa. Conversaciones con un objetivo y un deseo común de ayudar, comprender, transcender y construir en común.

Con una conversación, de las que Judith E. Glaser llama «conversaciones elevadas«, podemos despertar en el otro emociones positivas, hacerle descubrir recursos internos insospechados, generar un insight, desbloquear una creencia limitante, generar cursos de acción hasta ahora invisibles, lograr aprendizajes significativos, resonar. En definitiva con las conversaciones de nivel III podemos crear y transformar, podemos ser alquimistas conversacionales.

Este es el tipo de conversaciones que se desarrollan en el Mentoring , conversaciones con sentido, enfocadas a un objetivo y un propósito. Conversaciones que se transforman en decisiones, que luego pasan a ser acciones, y dan lugar a resultados excelentes. Conversaciones que transforman nuestras relaciones y nuestro entorno. Una conversación inteligente, como las que se desarrollan en las sesiones de Mentoring, contribuye a:

1.- Cambiar nuestro cerebro: Las conversaciones estimulan la producción de hormonas, neurotransmisores y conexiones nerviosas. Todo ello influye en nuestros estados de ánimo, nuestra atención, percepción, perspectiva, capacidad de análisis, creatividad. Estos factores son decisivos en las decisiones que tomamos, las acciones que emprendemos y los resultados que obtenemos.

2.- Fortalecer nuestras relaciones: Las conversaciones nos acercan o alejan de las personas, enriquecen o destruyen una relación. Las relaciones son las amores fuentes de oportunidades que tenemos para lograr nuestras metas.

3.-Interpretar la realidad: Saber interpretar la realidad, saber verla desde distintas perspectivas, saber que esta influyendo para que prestemos más atención a una parte u otra de la realidad (hacia donde miramos, que escuchamos y que no, que no queremos ver, que atrapa nuestros sentidos). La realidad a la que atendemos es en la que actuamos y de ello dependen también nuestros resultados y el logro de los objetivos. Con las conversaciones dirigimos y nos dirigen hacia realidades distintas.

Si por algo sé cuando un proceso de Mentoring avanza, cuando esta siendo efectivo, y cuando está logrando cambios en el cliente, es por el nivel de conversación que vamos teniendo. A lo largo del proceso el cliente va experimentando un cambio en su conversación, en la forma de expresarse, de comunicarse, en el uso de su lenguaje.

Nuestro cerebro está diseñado para lograr conversaciones de Nivel III, por tanto todos podemos generar este tipo de conversaciones, sólo hace falta intención, propósito, voluntad, entrenamiento, práctica y perseverancia. Podemos aprender a conversar inteligentemente. El mayor obstáculo para lograrlo es nuestro ego, la inconsciencia y la falta de autorregulación y autocontrol emocional. Son las emociones negativas como el miedo, la desconfianza, o el resentimiento, las que bloquean nuestra capacidad de mantener conversaciones elevadas.

La Inteligencia Conversacional es la capacidad de detectar qué tipo de conversaciones nos llevan a conectar con nuestras emociones negativas (miedo, desconfianza, culpa, ira, etc) o con respuestas instintivas (lucha, defensa, huida), y qué conversaciones nos elevan y generan una actividad cerebral de alto nivel, así como emociones positivas como la confianza o el interés, que hacen aflorar habilidades como la intuición, la creatividad, el pensamiento estratégico, y la sabiduría.

Este tipo de inteligencia nos ayudara a alejarnos de conversaciones improductivas, tóxicas, dañinas y desgastantes. Además la inteligencia conversacional nos servirá para buscar y acercarnos a conversaciones de alto nivel, a crear y entablar este tipo de conversaciones, e incluso a transformar una conversación de bajo nivel en una conversación elevada.

Conversaciones elevadas

Conversaciones elevadas

Cómo crear conversaciones elevadas y aumentar nuestra Inteligencia Conversacional

1.- Eleva tu nivel de consciencia y autorregulación emocional

Esto implica detectar al instante cuando se produce lo que Daniel Goleman y otros científicos denominan «secuestro de la amígdala”, es decir, el bloqueo de nuestra capacidad de raciocinio debido a una intensidad emocional que no percibimos o no sabemos gestionar. Es muy frecuente que ocurra si nos sentimos amenazados o atacados en nuestro ego, identidad, valores, etc, por un comentario, un gesto, una persona, una situación, o determinado tipo de conversaciones.

Si somos conscientes de nuestras reacciones en una conversación (no intervenir, dar siempre la razón al otro, interrumpir constantemente, diálogo interior, el «y tu mas» o «yo mas») seremos conscientes de nuestro estado emocional de desconfianza, miedo, amenaza. A partir de aquí podremos poner en marcha estrategias para transformarlo en un estado de confianza y apertura:

  • respirar más profunda y acompasadamente, tomándonos un tiempo para situarnos en la conversación antes de intervenir
  • aceptar lo que nos esta pasando, no negarlo o resistirnos a ello, asumir la necesidad insatisfecha que nos esta haciendo reaccionar negativamente
  • interrumpir la espiral de pensamientos que nos mantienen en ese estado. Para ello distraer la atención llevándola a otro sitio más placentero ( un recuerdo bonito, un aspecto positivo de nuestro interlocutor, algún elemento del entorno que nos despierte una emoción positiva) puede ser un recurso útil.

2.- Ten presente siempre la influencia que ejercen en nuestras conversaciones estos 5 puntos ciegos, que señala Judith E. Glaser en su libro, que todos conocemos pero de los que no somos conscientes cuando nos apresan.

1. No asumas que los otros comparten tu punto de vista.

2. No permitas que la desconfianza o el temor distorsionen tu percepción de la realidad.

3. No permitas que el miedo destruya tu empatía.

4. No asumas que recuerdas exactamente lo que otros dicen, lo que nuestro cerebro se queda suele ser nuestra interpretación de lo que los demás dicen. No nos quedamos con sus palabras sino con nuestra interpretación de ellas.

5. El significado no reside en quién habla, reside en quién escucha.

Como reza uno de los principios de la Programación Neurolinguistica «el mapa no es el territorio». La inteligencia conversacional nos ayuda a ser conscientes de cuál es nuestro mapa, descubrir el mapa de los demás, y estrechar las brechas entre ambos.

3.- Ten muy claro el objetivo y propósito de la conversación, hazselo saber a la otra parte y que ella comparta contigo su objetivo.

Las conversaciones inteligentes tienen un objetivo, y deben focalizarse en él. Quizás lo más difícil en una conversación es no desviarse del propósito y tener la habilidad de reenfocarse en él cuando nos dispersamos. En Mentoring no conversamos simplemente, conversamos con un objetivo claro y definido en cada sesión y conectado con el objetivo del proceso. No te distraigas, ten siempre presente para qué comunicas, para qué conversas.

Cuando pierdas el enfoque en la conversación utiliza la técnica de las 3R de la que habla Judith E. Glaser, y que es una de mis herramientas clave en las sesiones de Mentoring y Coaching: Replantea, Reenfoca y Reorienta la conversación hacia el objetivo, a partir de las palabras de tu interlocutor.

  • Replantea los mensajes negativos de forma positiva
  • Reenfoca la conversación hacia el objetivo, enlaza lo que ha dicho tu interlocutor con el objetivo de la conversación
  • Reorienta hacia el futuro, la acción, la responsabilidad personal, cuando la conversación se quede bloqueada en el pasado, las emociones negativas, la queja o en los demás que no están en esa conversación.

4.- Utiliza como guía conductor en tus conversaciones la Pirámide de Necesidades de Maslow.

  • Comienza por generar un clima de seguridad para tus interlocutores, esto despertará la confianza que es la clave de las conversaciones elevadas.
  •  Haz que se sientan incluidos en la conversación, aceptados, genera un vínculo de pertenencia con ellos. Crea un clima de intimidad y hermandad. Cuando nos sentimos rechazados surge el temor y se incrementan los niveles de cortisol, lo que nos hace adoptar un comportamiento defensivo. Sentirnos incluidos reduce los niveles de cortisol, e incrementa los de oxitocina, que promueven la vinculación emocional.
  • Reconoce las aportaciones, perspectivas, y logros de tu interlocutor. Hazle sentir que las valoras, dales su importancia, su papel y lugar en la conversación, y en la realidad que estáis construyendo con ella. Genera un clima de estima, aprecio y reconocimiento. Empodera a tu interlocutor. La apreciación activa más conexiones neuronales en nuestro cerebro, esto amplia nuestra visión , nuestra capacidad de escucha y nuestras perspectivas. Con la apreciación y el reconocimiento empieza a surgir la inteligencia colectiva, la colaboración y la innovación.
  • Reta, estimula la creatividad de tu interlocutor, lanza preguntas, hipótesis, juega, recréate, estas ya en el máximo nivel, ese lugar donde dos o más personas que conversan se sienten autorrealizas. Demuestrale a tu interlocutor que confías plenamente en el, que le aceptas incondicionalmente, que con él lo que podéis lograr es más grande que solo. Dale libertad para ser plenamente él y la conversación fluirá libre y creativamente. Empezaran a surgir visiones de futuro compartidas, oportunidades de colaboración, conexiones de ideas que dan a luz una aún mejor, se elevan las aspiraciones.

Una conversación inteligente es un proceso, lo mismo que el Mentoring, no quieras poner el carro delante de los bueyes e iniciar la conversación en un nivel de la pirámide más alto del que corresponde. No te saltes ningún paso, y no pases al siguiente sin tener la seguridad de que esta completado el nivel que requiere la conversación. Cuando forzamos los procesos, los aceleramos o nos saltamos pasos destruimos conversaciones, relaciones y personas. Saber conducir un proceso comunicativo es inteligencia conversacional en acción, es Mentoring en estado puro.

“A veces descubre que tiene una persona audaz en su interior y, sin embargo, cuando habla, lo que dice es menos potente de lo que esperaba”. Judith E. Glaser

Si sientes que te ocurre esto, es el momento de mejorar tu Inteligencia Conversacional. A través de Mentoring  puedes lograrlo. ¿Te ánimas a experimentar la alquimia conversacional? Si quieres saber más sobre ella te invitamos a la lectura de este otro artículo publicado en Capital Humano. 

“Los líderes relevantes serán los que recuperen la ilusión colectiva” Antoni Gutiérrez-Rubí

La pandemia nos obligó a parar, nos mantuvo aislados de muchos estímulos, nos sacó de la inercia del día a día. Todo ello hizo emerger conflictos latentes, emociones incómodas, pensamientos, preguntas y debates existenciales. El maldito virus amenazó nuestra salud, nuestra economía, la estabilidad social y el futuro. Nos puso enfrente de nuestra vulnerabilidad y fragilidad.

Llevábamos tiempo sometidos a una espiral de estrés continuada, consecuencia de  tantos cambios tecnológicos, tanta disrupción en los modelos de negocios, una desigualdad social en aumento y la automatización del trabajo que desafía nuestra competencia e identidad. Todo ello se ha visto agravado por la crisis de la COVID-19 y nos está poniendo al límite. Son muchas las personas que presentan síntomas de agotamiento, desmotivación, desesperanza, pesimismo, falta de energía, ilusión y ansiedad.

La desilusión y la desesperanza afecta a nuestra energía, a nuestra visión del presente y del futuro y a nuestra confianza. Nos estamos volviendo descreídos, nos vemos impotentes, nos desentendemos y el compromiso con nuestro trabajo, con nuestras metas, con nuestros semejantes comienza a hacer aguas por todas partes. Así lo evidencia una reciente publicación de Harvard Business Review sobre liderazgo : “el mundo profesional atraviesa una crisis de compromiso y credibilidad. Los estudios demuestran que la mayoría de los trabajadores confían poco en sus superiores y se comprometen escasamente con sus compañías”. Algo que no es de extrañar a la luz de lo que arroja otro estudio publicado por Gallup: el 85% de los colaboradores considera que el liderazgo que se ejerce en sus compañías no genera entusiasmo sobre el futuro. 

En medio de una crisis energética por el alza de los precios en el gas o la electricidad, no estamos atendiendo a otra más profunda que se está produciendo en el seno de las organizaciones: se están inundando de personas cansadas, agotadas, desilusionadas, se están quedando sin batería, sin savia. La famosa “Gran Deserción” o la “Gran Renuncia” es solo un reflejo más de todo ello. El desánimo se está apoderando del ambiente como un virus que se propaga sin control. 

Por suerte para este virus también hay vacuna: la inspiración y el compromiso son los mejores antídotos para el virus del desánimo. Es urgente desarrollar un liderazgo inspirador que revitalice las organizaciones y la sociedad porque las personas inspiradas están más motivadas, son más creativas, están más comprometidas y son más productivas. Y ahora más que nunca necesitamos de todo nuestro ingenio, todo nuestro tesón y toda nuestra energía para salir juntos de esta situación. 

Inspirar es dejar entrar el aire en los pulmones, es dejar entrar la vida, es llenarnos de fuerza, es elevar el ánimo. Cuando nos inspiramos o inspiramos a otros estamos activando energía, elevando la esperanza y el entusiasmo, impulsamos pensamientos y acciones con una fuerza que nos invita a ir a más, a explorar toda nuestra grandeza. La inspiración también activa nuestro lado más imaginativo, creativo, atrevido y arriesgado porque nos llenamos aporta vigor, valor, potencia y poder. Despierta a nuestro héroe interior. Porque cuando inspiramos se elevan nuestras aspiraciones y las de los demás. Un líder inspirador hace brotar lo mejor de sus colaboradores, les incita a soñar, a pensar en grande, refuerza su confianza y los ayuda a alcanzar metas.

Para inspirar a otros hay que estar inspirado por eso un líder debe conocer muy bien cuáles son sus fuentes de inspiración para saber activarlas cuando las necesite, algo que también deberá enseñar a hacer a sus colaboradores. Las fuentes de inspiración son principalmente los valores, los sueños, el propósito, la visión, las emociones, nuestras contribuciones o legado, las oportunidades y posibilidades de hacer, de ser más, los retos que superamos, las historias de superación y el héroe o heroína que queremos ser y todos llevamos dentro o admiramos en otros.

También nos inspira la naturaleza, el arte, los viajes, las experiencias que nos nutren y engrandecen, la lectura y, por supuesto, como señala la experta en liderazgo Kristi Hedges, autora del libro «El código de la inspiración», una buena conversación. Esas conversaciones que nos elevan, nos enriquecen y nos transforman porque en ellas está presente una conexión genuina y cercana con el otro, que produce la chispa que nos llena de energía, nos conecta a nuestros valores, fortalezas y propósito, nos abre posibilidades, nos reta, nos incita a movernos en busca de lo que queremos. 

Inspiramos a través de nuestros mensajes, nuestra comunicación, nuestro comportamiento y nuestras conversaciones. Y lo hacemos cuando en ellas están presentes los elementos anteriores. Cuando hablamos y ejemplificamos con nuestras acciones los valores que defendemos, el propósito por el que nos movemos, los sueños que perseguimos, las visiones que creamos, las aportaciones y contribuciones que hacemos, las oportunidades que vislumbramos, los retos que superamos. Nos inspiramos e inspiramos a otros cuando rememoramos a nuestros héroes, a nuestros referentes, esas personas a las que admiramos y nos sirven de modelo. Y todo ello lo hacemos con autenticidad, con emoción, con franqueza, con convicción, porque creemos en ello, nos importa, nos apasiona. Sin imposturas, sin querer ser o parecer lo que no somos, sin pretender ser todopoderosos y perfectos. 

¿Cómo inyecta energía en una organización el liderazgo inspirador? Principalmente a través de cinco intervenciones: visión, sentido, alineación, clima y relato. 

¿Cómo lo hace? Con confianza, con autenticidad, con positividad, con convicción, con valentía, con curiosidad y empatía, empoderando a otros  y predicando con el ejemplo.

Los líderes inspiradores tienen claro su propósito y saben crear una visión compartida en torno a él. El propósito es la razón de su liderazgo, su causa, el motivo de sus desvelos, sus esfuerzos, su energía y su valentía. La valentía de lidiar con lo desconocido, de delegar y transferir el control a otros, de comunicar verdades incómodas, especialmente, cuando se trata de poner límites para no transgredir valores. Saben comunicar, transmitir y contagiar esa visión porque creen en ella, y esta convicción interior es la que moviliza a otros para que se unan en torno a ella, se comprometan a alcanzarla y hacerla realidad. 

El propósito es el hilo argumental de su vida, el norte de sus decisiones y sus acciones. Lo revelan en cada una de ellas, precisamente por ello son creíbles, confiables e inspiradores. Gracias a esa vivencia del propósito personal saben como despertarlo en otros, como ayudarlos a conectarse con él, a través de conversaciones que aportan sentido y significado, dos elementos clave para manejar la incertidumbre. El significado genera confianza, eficacia y resistencia, especialmente cuando las circunstancias son adversas porque  nos permite comprenderlas y gestionarlas mejor. Conectarse con el propósito no solo es energizante, sino que también ayuda a priorizar estratégicamente, a focalizarse y moverse con más agilidad.  

El propósito ayuda a dar sentido a nuestro trabajo, a nuestra vida, a las circunstancias, a los éxitos y los fracasos, a los buenos y malos momentos. Todo lo podemos conectar a él para encontrar un significado que nos permita trascender, conectarnos a algo más grande, elevarnos por encima del aquí y ahora y seguir avanzando y creciendo en la vida. 

En 1962 el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, le preguntó a un conserje de la NASA cuáles eran sus tareas: “Ayudo a llevar al hombre a la Luna”, fue su respuesta. Este es un claro ejemplo de estar conectado al propósito. Se trata de ver nuestro trabajo en términos de aportación y contribución a algo más grande: el sueño, la visión, la meta…, en lugar de verlo en términos de “lo que hacemos”. Es la diferencia entre el qué hago y para qué lo hago, entre enfocarse a presente o enfocarse a futuro, en estar centrado en el yo y el hacer o estar centrado en el entorno y el fin. Cuando lo hacemos nos alineamos individual y colectivamente. 

El mayor enemigo de la inspiración es el estrés, el agobio, las presiones constantes de hacer, hacer, las demandas infinitas. Todas estas situaciones generan espirales de emociones como el miedo, la culpa, la vergüenza, la frustración y sensaciones de no llegar, de nunca ser suficiente, de no valer. Todas ellas son un cortafuegos para la creatividad, restringen la visión de futuro, reducen nuestro foco y nuestra claridad mental, nos contraen en lugar de expandirnos. Nos desconectamos, nos encerramos en nuestro yo, en nuestros problemas y dejamos de mirar fuera, de empatizar con el entorno y con nuestros compañeros de trabajo o de vida. Nos distanciamos de los demás, de la vida, de las fuentes de energía. Por eso, una de las funciones del liderazgo inspirador es crear un clima de emocionalidad expansiva, comenzando por sí mismo para resonar en esa onda energética y contagiar al resto de la organización. 

Inspiramos cuando trascendemos, cuando proyectamos, cuando movemos a la acción, cuando resonamos positivamente. El líder inspirador crea un efecto Pigmalión, ayuda a otros a creer en sí mismos, a reforzar sus creencias de autoeficacia que son claves para la confianza y la motivación. Y lo hace empoderándolos a través de estimular su capacidad de pensar, de crear y de hacer. Para ello un lidera utiliza más las preguntas que las respuestas o las instrucciones, porque las preguntas dan al otro el poder de pensar, de crear sus propias ideas, respuestas y soluciones, le convierten en protagonista. Cuando preguntamos al otro ¿Qué podrías hacer para solucionar este problema? le estas diciendo que confías en su criterio, que crees que puede encontrar la solución. Al preguntar colocamos al otro en posición de creador y responsable de sus circunstancias, situaciones, opciones, esto activa la responsabilidad personal y el compromiso. 

Preguntar es el primer indicio de delegación y está también es empoderante. Cuando delegamos también estamos transmitiendo que confiamos en el otro, que le creemos capaz de hacerlo. En cierta forma delegar es posibilitar que otros continúen nuestro legado, nuestra contribución, es una forma de seguir haciendo realidad nuestro propósito a través de otros que también creen en él. El liderazgo se desarrolla en muchas personas porque son inspiradas por las acciones, el ejemplo y el legado de otros. 

Tendemos a creer que un líder es aquel que ejerce influencia directa sobre muchas personas pero a veces la influencia es directa en una sola e indirecta en otras muchas. Porque el poder de creer en alguien es expansivo. Annie Sullivan creyó en Hellen Keller, la instruyo, la educó e hizo germinar en ella una fuerza que le ayudó a superar todas sus dificultades y lograr ser la primera persona sordociega en obtener un título universitario, además de convertirse en escritora, activista y filántropa reconocida, ayudando a muchas otras mujeres y personas con discapacidad. Por todo ello el presidente estadounidense Lyndon Johnson le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad en 1964.

La potencia inspiracional de un líder nace de sus propias experiencias vitales y de cómo saber narrarlas, construir un relato y una historia a partir de ellas. Una entrevista a 125 líderes de todo el mundo revela que el liderazgo se desarrolla a partir de un crecimiento personal basado en la reflexión y el aprendizaje de las propias experiencias de vida, tanto negativas como positivas, siendo especialmente conscientes de sus historias de superación. Los líderes inspiradores saben encontrar la parte de héroe que hay en sus vivencias y saben comunicarla con autenticidad, cercanía y resonancia. Dale Carnegie considera que la comunicación inspiradora es vivida y dramática y que el mayor desafío del liderazgo inspirador es la habilidad de hacer el papel de héroe, para lo cual hay que vivir las experiencias de manera épica. Se trata de encontrar en todas ellas el reto a afrontar, el sueño a perseguir, los obstáculos que se vencen, los villanos con los que hay que luchar, las hazañas logradas, cómo se consiguieron, como nos han traído hasta donde estamos y explican quienes somos, y que hemos aprendido de todo ello: la moraleja, el gran mensaje. 

También es importante saber comunicarlas con autenticidad, mezclando en nuestros mensajes la competencia y la vulnerabilidad, porque realmente estamos hechos de ambas: hacemos cosas muy bien y otras no tanto, somos fuertes y a veces débiles. La clave está en mostrar ambos lados pero de forma consciente y oportuna a cada situación. No tenemos que contar todos nuestros éxitos y fortalezas, pero tampoco todos los fracasos y debilidades. Como siempre en el equilibrio está la virtud. Nuestra historia está llena de unos y otros, pero podemos contarla de forma que resulte valiosa, que sirva de inspiración, de acicate para otros o para nosotros mismos. 

La comunicación de un líder inspirador es integral, combina mensajes, gestos, símbolos, estética y comportamientos de forma alineada y congruente. Un ejemplo de ello podemos verlo en el manejo de la crisis por el atentado supremacista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda en el 2019, que llevó a cabo la Primera Ministra Jacinda Arden: palabras de consuelo a las víctimas de una religión diferente a la suya, ataviada con un hiyab (pañuelo islámico) abrazando a las familias afectadas por la masacre y empleando palabras propias de su cultura y religión; endurecimiento de las leyes que permiten la posesión de armas; condena contundente del atentado, su negativa sistemática a nombrar al terrorista y como alentó de manera reiterada a los medios de comunicación a que no le dieran publicidad y protagonismo nombrándole o reproduciendo el vídeo de la matanza. 


Con todo ello consiguió que menos de un mes después de los atentados, el Gobierno de Wellington logró aprobar casi por unanimidad en el Parlamento una ley que endurece la tenencia de armas semiautomáticas en Nueva Zelanda; que su mensaje reconciliador fuera ampliamente compartido en redes sociales se crearía un hashtag en Twitter con una de las frases pronunciadas en él: #TheyAreUS (#EllosSonNosotros); algunos neozelandeses entregaron sus armas voluntariamente a la policía después del ataque; Youtube anunció que retiró «decenas de miles» de vídeos de su plataforma que mostraban el atentado y Facebook también eliminó cerca de millón y medio de copias del video; cientos de mujeres en Nueva Zelanda, entre ellas presentadoras de televisión, periodistas y hasta agentes de la Policía, lucieron en la misma semana  el velo islámico o ‘hiyab’, para solidarizarse con la comunidad musulmana, aunque este gesto también haya sido criticado y no compartido por otros. 

Cuando nuestras palabras, nuestros mensajes, nuestros gestos, nuestros símbolos estéticos y nuestros comportamientos y acciones,  forman un relato coherente es bastante probable que inspiremos a otros para actuar de la misma forma. No se trata de que nos sigan o nos imiten, ese no es el propósito del liderazgo inspirador, sino de que continúen, expandan y engrandezcan el mensaje que se pretende transmitir, el propósito y la causa noble por la que se lucha porque ellos también creen en ella y la hacen suya. 

“Si tus acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y ser mejores, eres un líder.” Jack Welch

Muchas personas acuden a mi, como seguramente acudirán a ti, para pedir tu consejo y opinión sobre su trabajo, su proyecto, su obra, su idea, para que les demos feedback, les digamos si es bueno o malo. Creo que la mejor respuesta que podemos darles es la que recojo en este texto que hoy quiero compartir, y que forma parte de la esencia de ser mentor/a en la metodología Integral Generative Mentoring.

«Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien —ya que me permite darle consejo— he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir.

Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca sí tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.

Acérquese a la naturaleza e intente decir, cuál si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo. Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y  natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro.

Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.

Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil: en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios.
Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.

¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas
preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.»

Texto extraído de «Cartas a un joven poeta» de Rainer Maria Rilke

Nuestra mejor contribución es ayudar a las personas a encontrar su propia voz y crear su propia melodía. 

Autora: Mª Luisa de Miguel

Directora Ejecutiva Escuela de Mentoring

Continuamos con la colaboración en la Revista Capital Humano, a través del espacio cedido a EMCC SPAIN, con un artículo de nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel, bajo el título «Activando las Mentes del Futuro». 

El artículo aparece publicado en la edición de Julio, Nº 366, Sección Crecimiento profesional y aborda la temática y objetivos del 1º Congreso sobre Coaching y Mentoring para España y Latam, organizado por EMCC SPAIN.

«En tiempos convulsos y de crisis surgen las mejores oportunidades para reinventarnos juntos. Necesitamos activar nuestra responsabilidad colectiva e individual y esforzarnos por comprender qué está pasando a nuestro alrededor para tomar decisiones que nos ayuden a construir un mayor bienestar para todos.

Cuando las demandas y expectativas del entorno exceden de las capacidades de sus ciudadanos para abordarlas es necesario construir puentes para facilitar el tránsito de mentalidad necesario para adaptarnos. Las relaciones de coaching y mentoring son el contexto en que se puede operar este tránsito de forma fluida, desde la seguridad, la confianza, el aprecio, la consideración empática, la aceptación incondicional positiva, el reconocimiento mutuo y la significatividad.

La asignatura pendiente, la materia clave de nuestro cv vital y social, en la era que nos toca vivir, es construir el sentido de la experiencia diaria para aprender de forma inteligente, ágil y efectiva, lo que guarda relación con la capacidad selectiva, interpretativa, ejecutiva y constructiva. Las mentes del futuro necesitan sincronizar e integrar en la experiencia diaria el sentir, pensar y actuar, necesitan comprenderse mejor, comprender a los demás, al mundo que les rodea y las relaciones de interdependencia que se dan entre todo ello, necesitan saber armonizar propósitos, capacidades, expectativas, conocimientos y roles.»

Si quieres leer el artículo completo puedes consultar en este enlace .

Muy agradecidos a EMCC SPAIN y la Revista Capital Humano por esta colaboración, que nos permite seguir difundiendo y compartiendo los beneficios del coaching y el mentoring. Si quieres ahondar sobre la aportación de estas dos prácticas y metodologías para afrontar los cambios y retos futuros, te invitamos a que nos acompañes en el 1º Congreso EMCC SPAIN que se celebrará los días 14 y 15 de Octubre del 2021 y en el que participará como ponente nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel, junto a David Clutterbuck, Julio Olalla, Damian Goldvarg y Beatríz Valderrama. Puedes realizar tu inscripción en el siguiente enlace. 

Uno de los criterios que se utilizan para determinar el tipo de trabajo de investigación que un antropólogo debe llevar a cabo es saber si lo que pretende con ello es más bien entender o explicar (distinción útil a efectos de determinar las herramientas de investigación más adecuadas). Esta distinción me parece enormemente relevante, ya que en la conversación de las sesiones de mentoring ambas cuestiones deben de estar necesariamente presentes. En este sentido, tengo claro el rol -predominante- que ha de cumplir cada parte: el mentor ha de entender el discurso del mentee para que éste, finalmente, logre explicarse hasta el punto en que lo que tenía que decir, haya sido finalmente dicho. La paradoja de esto es que el mentee al explicarse logra finalmente entender-se, lo cual cierra un proceso en el que la comunicación interpersonal alcanza los parámetros más áureos posibles.

Es ocasiones (frecuentes) entender implica indagar sobre aspectos que retrotraen al pasado del mentee. Indagar sobre los antecedentes pudiera parecer lo propio de una curiosidad malsana, en el sentido que podemos dar a la actividad de un entomólogo que se obsesiona por diseccionar las vísceras de los animales objeto de su investigación, pero cuando el mentor hace algo así, está asimilando la perspectiva desde la que el mentee habla, intentándose ponerse en el origen de la mirada, para inmediatamente después saber hacia dónde ésta es proyectada. Es una relación muy parecida a la que el antropólogo establece entre la cultura por un lado, y las creencias y actitudes por otro. Y lo hace, precisamente, aplicando esquemas propios del método experimental (ejerciendo la cultura como variable independiente y las creencias y actitudes como variable dependiente). Esa relación de causa-efecto ha de ser, por supuesto, establecida también por el mentor, pero en este caso sustituyendo la cultura por aspectos tan variopintos como las experiencias laborales anteriores o los elementos definitorios de la estructura organizativa en las que se desenvuelve y que condicionan el trabajo del mentee.

Este asunto del conocimiento de las “VI” (cuando estás actúan como claros limitadores) en el trabajo del mentor es terreno abonado para un amplísimo -y a veces parece que interminable- debate. Así es, periódicamente asisto a digresiones sobre si el mentor ha de introducirse en el terreno de la intervención psicológica. Tengo claro que no, pero sí puede y debe retar al mentee a que sea capaz de validar prejuicios y sesgos que le bloquean o directamente le impiden avanzar. Esa petición de validación tiene una capacidad de desactivación nada desdeñable, porque en abundantes ocasiones pone al mentee ante la evidencia del desajuste entre su conversación interior (por ejemplo) y lo que realmente ocurre “ahí afuera”. Y ocurre que a partir de ese análisis se hace consciente de la fuerte carga distorsionadora que pueden arrastrar sus valoraciones.

Todo esto nos lleva al rol del antropólogo como testigo objetivo de la realidad a la que aluden los entrevistados (y que también es escuchada durante el trabajo de campo). Es decir, a la confrontación entre la interpretación de la realidad que hace el mentee y los hechos objetivos con lo que es necesario confrontarla. Evidentemente, y es necesario decirlo, este tipo de tarea es posible llevarla a cabo en un programa de mentoring organizacional con mentores “de la casa”, pero es difícil de llevarla a cabo en otros procesos de mentoring en los que el profesional no comparte experiencia organizacional con el mentee. Como ya he dicho otras veces, si no se confronta las aspiraciones del mentee con las condiciones y posibilidades que el entorno ofrece, como profesionales empezamos a comportarnos como auténticos embaucadores. ¿Qué hacer entonces? Evidentemente, se ha de obtener información suficiente sobre la realidad de esa organización, si no se dispone de ella. Y así como hace el antropólogo, el mentor deberá de representar mentalmente el grado de adecuación entre las expectativas de, por ejemplo, la carrera profesional del mentee con los procesos de promoción abiertos y las vacantes futuras previstas (dentro un horizonte temporal manejable, por supuesto).

Hay otra cuestión donde ambas disciplinas ponen su acento y es en el asunto de la tan traída y llevada empatía. En la formación de un antropólogo es un asunto que también se aborda. Al profesional de la antropología se le invita a no dejarse llevar por un falso señuelo: el de que cuanto más empatice, más logrará entender. Al contrario, el antropólogo entiende plenamente cuando, una vez que ha estado “calzando los mismos zapatos” de los sujetos, abandona de nuevo esa posición y regresa a su posición inicial, para tomar distancia y generar la correspondiente reflexión (una reflexión que habrá de volcar en el correspondientes soporte documental, no nos olvidemos). Ya sabe entonces desde qué perspectiva habla el sujeto de estudio. Por su parte, esa distancia permite al mentor como antropólogo generar el efecto de refracción necesario, es decir, ser “aquello otro” (y no aquello mismo) que el mentee necesita para ser lo más genuino posible en sus respuestas, pudiendo encontrar en el mentor alguien que le ayuda a desenroscar los nudos gordianos de su discurso pero, y este es el quid, a medida que van apareciendo como parte del curso natural de los acontecimientos. Ello busca, además, que su presencia genere la menos distorsión posible en el comportamiento del mentee. Esa es la dimensión del reto: estar plenamente pero sin generar la más mínima entropía en el ánimo del mentee.

En este sentido, un buen profesional del mentoring aprende a desentrañar una letanía implícita en el discurso del mentee, y es la que más o menos viene a decir lo siguiente: Necesito que me escuches, para que al escucharme, yo pueda explicarme enteramente (lo cual en el caso del antropólogo sería algo así como: quiero que me dejes comportarme como lo hago habitualmente, sin que tu presencia me condicione). Ese “quiero que me permitas terminar” es, quizás, una de las más compulsivas necesidades de todos los seres humanos. Necesaria cura de humildad para un mentor que ha de abrazar, incondicionalmente, esa dimensión instrumental de su trabajo. Completar y redondear un argumento -y por ende un discurso- es fundamental para el mentee porque, en caso contrario, medio decir puede ser equivalente a no decir nada.

Evidentemente esto aleja -y mucho- a la antropología -y al mentoring- del mero conductismo. El universo de significados que una persona inviste a sus actos son fundamentales para entender el conjunto de acciones que está en disposición de poder llevar a cabo en el futuro, porque esos significados se nutren de valores, por ejemplo, y los valores expresan lo deseado. Así que, gracias a su identificación, el mentee se proyecta hacia ese futuro, vinculándolo a su deseo y a las recompensas que espera encontrar en él.

Dejo para el final una cuestión que considero constitutiva y característica de todo buen mentor. Recojo para ello enfoques defendidos desde el estudio de la antropología como ciencia social por autores como BertauxHastrup y Hervik y también termino yo de explicar enteramente lo que ya avancé con anterioridad. Si el mentor -como el antropólogo- no quiere perder su identidad, su independencia y su sitio (y me gusta especialmente este último término) y, por tanto, la capacidad para analizar racionalmente el proceso, ha de poseer un potente y sólido conocimiento de sí mismo. ¿Con qué objetivo? Para saber cómo situarse ante sus interlocutores y saber apreciarlos no desde (mi) para sino a partir de (su) desde, sabiendo mantener el quizás más difícil equilibrio: aquel que reduce al mínimo la influencia de sus propios prejuicios y agenda personal y mantiene al mismo tiempo la independencia que le hace ver con nitidez lo que realmente está sucediendo.

Autor: Lucas Ricoy

Mentor Acreditado Escuela de Mentoring

 

(Foto cortesía de Jordan Madrid)

Emprendí con 24 años recién cumplidos y vengo de una familia de empresarios/as. Desde los 24 años me vincule al mundo asociativo empresarial porque me parecía la forma más rápida de aprender sobre como gestionar una empresa: aprendiendo de otros, conversando con otros, observando a otros que ya lo eran y tenían más experiencia que yo en ese ámbito y rol. Durante muchos años estuve muy implicada en el asociacionismo empresarial y confieso que en algunos aspectos imbuida por el ambiente y por su lenguaje, un lenguaje que tiende a llevarlo todo a términos de mercado, productividad, producto, máquinas, dinero. Nunca me presente como empresaria porque nunca me sentí como tal, para mí tener una empresa, haberla creado, ser su propietaria, dirigirla era exactamente eso «tener una empresa», no ser empresaria. Será también porque para mí tener una empresa es una forma de canalizar mis proyectos, mis propósitos, no lo que soy. No es el que, es el como o la forma de recorrer el camino.

Te cuento todo esto porque siempre hubo algo con lo que no acaba de encajar en el mundo de la empresa, de una forma natural me fui distanciando de los eventos de networking empresarial, de las asociaciones empresariales y con el tiempo le puse nombre a esto que no encajaba y era el lenguaje, un lenguaje que como digo me parece que nos convierte en productos, en objetos, en cosas y nos deshumaniza. «Hay que saber venderse» es una de esas frases que se repiten y que generan rechazo en muchas personas, ¿realmente las personas tienen que venderse? ¿somos mercancía? Otra cosa distinta es que una persona que quiere obtener un contraprestación dineraria por lo que hace tenga que mostrar lo que hace y atraer la atención sobre ello y poder hacer ver que aporta el valor que el otro necesita y está dispuesto a pagar por ello. Pero ¿eso es venderse? ¿es la mejor forma de expresarlo? El lenguaje no es neutral, crea realidades y la pregunta es si quiero crear una realidad en la que soy un producto/mercancía o una realidad en la que soy un ser humano que con su talento aporta un valor que otros necesitan y, por tanto, contribuye con mi valor a aportar valor. Y con valor no me estoy refiriendo a valor monetario, que se traduzca en ello es otra cosa también. A algunos les podrá parecer lo mismo, a mí no. El lenguaje no es inocente, tiene intencionalidad, la de crear una imagen del mundo, de la realidad, de las cosas y de las personas. Desde luego yo no quiero que la imagen que se cree de mi sea la de un producto y mucho menos quiero que mi valor como persona o el valor de lo que hago esté supeditado al estándar del dinero, a cuanto gano, cuánto cobro o cuánto tengo. Lo cual tampoco significa que no pretenda ganar dinero con lo que hago. Dicho todo esto, soy consciente de que en muchas ocasiones yo misma caiga en el hechizo económico y mercantilista al expresarme, procuro también ser cada vez más consciente de ello y ser guardiana de mis palabras.

Nuestro lenguaje forma nuestras vidas y hechiza nuestro pensamiento. Albert Einstein.

El lenguaje al nombrar algo, destaca ese algo, lo hace real, sale de la oscuridad a la luz y es a partir de ese momento cuando se puede intervenir sobre ello. En función de lo que se muestre, es lo que se ve y es como se trata y de todo ello derivan los resultados. Si con el lenguaje utilizado estamos mostrando la idea de que somos un producto en lugar de una persona, nos tratarán como a productos, nos acabaremos mercantilizando.

Los productos se etiquetan, se les pone un nombre y una pegatina (u otro medio de etiquetado), donde se dice cuál es su composición. Al etiquetarlos los marcamos dentro de unos límites, son eso y no son otra cosa y tampoco lo pueden ser, porque esa etiqueta crea una certeza y una garantía de que lo que pone en ella es lo que es y no otra cosa y que, por tanto, el resultado que esperamos encontrarnos y conseguir es ese y no otro.

Dice Alenxandre Jollien, en su libro «El oficio de ser hombre» que cuando la persona desaparece bajo la etiqueta que le adjudicamos la reducción de nuestra mirada se convierte en un peso muy grande que magulla la personalidad y abre secretas llagas. La etiqueta puesta parece no poder despegarse y lleva implícita no solo atributos sino también efectos. ¡ Cuántos diagnósticos tajantes encierran, reducen y condicionan toda esperanza!

Utilizo con frecuencia este vídeo sobre un experimento real con 6 fotógrafos y el efecto de las etiquetas en la mente de las personas, en su comportamiento y en los resultados. Y lo utilizo, muy especialmente, cuando trabajo con personas jóvenes que acaban de finalizar sus estudios y buscan su primera oportunidad laboral relacionada con ellos. Siempre les transmito la idea de «sois más que un título», porque un título también se acaba convirtiendo en una etiqueta que nos impide mostrar otras muchas más cosas que somos y aportamos y, por tanto, impide a los demás ver más allá del título.

 

Las etiquetas nos impiden comprender el misterio que habita en cada persona. Alexandre Jollien

No desconozco el hecho de que etiquetar, en el sentido de clasificar, es una herramienta mental que el ser humano utiliza para reducir la complejidad que supone gestionar la amplitud de la realidad, para poder abarcarla mejor y con ello manipularla mentalmente como información para dar una respuesta, pero lo que es una estrategia no puede terminar convirtiéndose en una verdad absoluta, en un sesgo, porque entonces ya no sólo no nos es útil y nos limita, sino que nos perjudica y perjudica a otros. La simplicidad que aportan las etiquetas se acaba convirtiendo en simpleza y la simpleza reduce la riqueza de la diversidad, de la variabilidad, de la posibilidad del misterio, del descubrimiento, del asombro, de la sorpresa. Con ello estamos limitando la estimulación intelectual, el reto que supone descubrir algo nuevo antes no captado y el aprendizaje que genera tener que enfrentarnos a ello. Cuando trabajamos con personas lo fácil, lo rápido y lo cómodo es etiquetar, ahora bien, no es lo que más valor aporta a ninguna de las partes, a la relación y a lo que pretendamos lograr. Porque si me quedo en lo aparente me estoy perdiendo la oportunidad de imaginar, de explorar, de descubrir lo que puede haber más allá. Me estoy perdiendo la posibilidad de engrandecer mi pensamiento y mi vida.

«Vive la vida, vívela en la calle y en el silencio de tu biblioteca. Vívela con los demás, que son las únicas pistas que tienes para conocerte»Extraído del poema  incluido en «Por fuertes y fronteras» de Luis Alberto de Cuenca.

En la metodología que promuevo para acompañar los procesos de aprendizaje, cambio y desarrollo de las personas y las organizaciones a través del mentoring, huimos de etiquetas, test y clasificaciones, lo que no significa obviar la existencia de unas tendencias en las personas que para su mejor comprensión y trabajo con ellas se ordenan en taxonomías o clasificaciones. Ahora bien, tenerlas en cuenta es usarlas como unas referencias o coordenadas que nos pueden ayudar a captar mejor y comprender a las personas para acompañarlas, pero nunca a etiquetarlas. Porque al etiquetarlas les impedimos expresarse en su totalidad y diversidad, en sus posibilidades de ser y de ofrecer otros registros, o mostrar otros prismas y destellos. Al etiquetarlas las limitamos, las encarcelamos.

 

El etiquetado deriva de una obsesión por la estandarización que es más propia de los productos fabricados en masa, todos perfectamente iguales en base al molde creado, un molde rígido inamovible, ideado y contruido por otros. Lo que no responde al estándar no es normal, no vale, se desecha. Este modelo de pensamiento acerca de lo que es normal y no es normal en base a que encaje en el molde previamente decidido como ideal, por no se sabe quien, nos reduce, nos limita, nos convierte en objetos estandarizados, elimina nuestra originalidad, nuestra autenticidad, nuestra esencialidad, nuestra libertad, sin contar sobre como influye en nuestra autoestima. Y claro está si no encajas en el estándar quedas excluido de la normalidad, estás fuera de los márgenes, acabas estando marginado, siendo excluido. Lo triste de todo esto es que, como dice Alexandre Jollien, «cada uno de nosotros somos un caso social único, un espécimen y ejemplar irrepetible, una deliciosa excepción» pero la excepcionalidad de cada ser humano, que es nuestra grandeza, acaba siendo nuestra tortura. No me extraña que el gran Ortega y Gasset dijera que «Ser un héroe consiste en ser uno mismo».

 

 

Siento que la influencia del etiquetado es tal en nuestras vida, que nos hemos convertido en yogures, ya no basta con ser yogurt, no basta con ser persona, tenemos que tener  sabores, cereales, semillas, fruta, bífidus activo, estar hechos con leche de cabra, oveja, vaca, sin lactosa, ser griegos, búlgaros, kéfir, es decir, tenemos que añadir apellidos, adjetivos, medallas, títulos…. No es que diferenciarse a nivel de lo que hacemos o podemos aportar esté mal, el problema está cuando todo eso está por encima de ser persona, de ser humano, nos hace olvidarnos de lo esencial y nos impide ver más allá de esas etiquetas. O nos impide conectar con lo que nos une y nos centramos solo en lo que nos diferencia. También nos reduce, porque si somos yogurt sin lactosa no lo somos con lactosa, y si lo somos griego no los somos búlgaro, y las personas más que ser estamos siendo, tenemos muchas posibilidades de ser. A lo que se añade que en muchos casos, al igual que ocurre con los yogures, el etiquetado que nos ponemos depende de las modas que crean otros, y de lo que otros (el mercado) dicen que tenemos que ser, lo cual nos acaba llevando a la esquizofrenia del cambio personalque suele acabar desembocando en «ya no se quien soy», «no se lo que quiero», «no se que hago aquí», «no encuentro sentido a lo que hago, a mi vida….».

Cuando organizamos nuestro mundo poniendo etiquetas a la realidad corremos el peligro de dejar de ver la realidad y solo ver las etiquetas. Y el gran peligro de las etiquetas es que cuando las ponemos o las adoptamos estamos atribuyendo a los demás y al mundo las características de nuestro mundo mental, con lo que acabamos viviendo atrapados y limitados en un mundo que no es real, sino construido por nosotros en nuestra cabeza.

Autora: Mª Luisa de Miguel

Directora Ejecutiva de la Escuela de Mentoring

Comenzamos  una  nueva colaboración  con la Revista Capital Humano, a través del espacio cedido a EMCC SPAIN, con un artículo de nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel, bajo el título «Alquimia Conversacional: el arte de catalizar cambios ágiles, efectivos y sostenibles. 

El artículo aparece publicado en la edición de Mayo, Nº 364, Sección Crecimiento profesional y aborda la práctica conversacional como herramienta estratégica de gestión empresarial.

Las organizaciones deben promover el desarrollo de la inteligencia conversacional de sus colaboradores, porque es garantizar la calidad y actualización de su talento, mejorar la calidad del pensamiento para optimizar los procesos de toma de decisiones y el aprendizaje de la experiencia, como herramienta para elevar el nivel de desarrollo competencial.

Para ello es necesario desarrollar las destrezas conversacionales que entrenamos en la metodología Integral Generative Mentoring y se describen en el último libro publicado por nuestra Directora Ejecutiva, «Mentoring, un modelo de aprendizaje para la excelencia personal y organizacional». Ediciones Pirámide 2019.  Así como dominar las tres dimensiones de las conversaciones transformadoras, la comunicación afectiva y efectiva y el proceso de la pirámide conversacional, todo lo cual se describe en el citado artículo.

En la alquimia conversacional se ponen en acción las famosas habilidades «Head, Heart, Hands», habilidades de pensamiento, emocionalidad y ejecución, que requiere el nuevo liderazgo, según un estudio realizado por Boston Consulting Group en el 2020 en más de 4.000 organizaciones. La alquimia conversacional es la habilidad clave para un liderazgo afectivo y efectivo.

Si quieres leer el artículo completo puedes consultar en este enlace .

Libro Mentoring

Muy agradecidos a EMCC SPAIN y la Revista Capital Humano por esta colaboración, que nos permite seguir difundiendo y compartiendo los beneficios de la inteligencia conversacional y relacional que promovemos a través de nuestra metodología Integral Generative Mentoring. Si quieres conocer más sobre ella, te invitamos a leer el libro «Mentoring, un modelo de aprendizaje para la excelencia personal y organizacional» de Mª Luisa de Miguel.

La religión ha tenido el papel de dar sentido, guía, soporte, seguridad e, incluso, esperanza e ideales nobles a la vida del ser humano. Ha tenido la misión de ser un sistema de creencias al que acudir en momentos de adversidad, sufrimiento, desestabilización y desesperanza.  Muchos han sido los autores (William James,  Freud, Jung, Gordon Allport, Erich Fromm, Viktor Frankl) que han sostenido que la religión cumple funciones fundamentales en la vida de las personas, como dar cobijo, esperanza, orientación y sentido existencial.

La palabra religión procede del latín «religare» que significar religar, es decir, volver a unir a conectar. La religión ha sido el vehículo para unir al ser humano con una divinidad, entendida esta como el símbolo de lo que trasciende al ser humano y, a la vez, forma parte de su esencia. Es una vía de conexión humana que transciende lo individual pero a la vez es universal. La necesidad de conexión, de vínculo es un instinto natural, innato. Erich Fromm nos recuerda, en «El Arte de Amar», que el ser humano tiene la necesidad de evitar el aislamiento y la soledad, la necesidad relacionarse con el mundo exterior, estar conectado con él.  Las personas tiene terror a la soledad, pero no a una soledad física, sino a una soledad existencial, es decir, a una existencia desconectada de los otros, del mundo, del significado último de la vida. Una persona puede estar sola físicamente hablando durante mucho tiempo y, sin embargo, estar conectada, vinculada con ideas, valores, principios o incluso normas o ritos sociales que le proporcionan un sentimiento de comunión y pertenencia. También puede vivir entre la multitud, rodeada constantemente de personas y, no obstante, sentirse sola, aislada, desconectada. Creo que lo que todos hemos vivido durante estos meses de cuarentena por el COVID-19 lo refleja perfectamente y explica rituales como salir a aplaudir en los balcones todos los días a las 20:00 horas.

Los efectos del aislamiento son tan devastadores, a nivel mental y emocional, que las personas huimos de la soledad. El problema es que esa huída es hacia afuera y no hacia dentro. Y cuanto más buscamos fuera compensar esa soledad (televisión, relaciones superficiales, rrss, adicción al trabajo) más nos vamos desconectando de nosotros, desligando de nosotros y más vacío y soledad sentimos. Y lo peor es que acabamos cayendo en manos de fanatismos, extremismos, populismos, radicalismos, nacionalismos porque todos ellos se basan en explotar la necesidad humana de estar conectados a algo, de ser parte de algo que nos da sentido e identidad. Necesitamos objetos de devoción porque ser devoto implica inclinarse con fuerza hacia algo, algo que nos hace sentir vivos, conectados, pertenecientes a, vinculados a. Hace no tanto la devoción se traducia en una vocación y una vocación era mucho más que realizar un trabajo era amarlo, era sentirnos unidos a él porque al hacerlo nos realizabamos, nos sentíamos parte del mundo, transcendíamos, sentíamos que estabamos dando lo que queríamos para encontrar nuestro lugar en ese mundo.

Con los años la devoción a un ideal, a una vocación, a una profesión, a unos valores se han ido transformando en la devoción al dinero, al estatus, al placer, a la imagen. Todos estos objetos de devoción son efímeros, caprichosos, cambiantes y lo que es peor cuanto más devotos somos a ellos más nos consumen y menos nos realizan. Hemos cambiado la fe por el apego, la creencia en ideales por la sumisión a las novedades o las modas. Nos hemos vuelto una sociedad descreída, sin creencias en las que confiar y sin confianza el ser humano se vuelve pasivo, dependiente, replegado en sí, se cierra y no se expande. No creemos en la religión, no creemos en la democracia, no creemos en las instituciones, no creemos en la ciencia (el recelo a las vacunas para el COVID es una muestra más de este descreimiento:la última encuesta del CIS nos cuenta que un 48,3% de los encuestados recela de la vacuna), no creemos en la sociedad civil como motor de cambio, no creemos ya en nuestros vecinos y no creemos en nosotros mismos. Pero como necesitamos creer, porque sin creencias, sin certezas el ser humano vive en la angustia, en la inseguridad pues acabamos creyendo en lo último que llega, lo que más nos impacta emocionalmente, en lo que creen los famosos influencers. El fenómeno de las fake news tiene bastante que ver con la falta de creencias sólidas, de criterios a los que agarrarnos para valorar, para decidir, para actuar. Esta falta de creencias, está pérdida de confianza en nuestros pilares tradicionales (linaje, religión, democracia , ciencia) nos ha dejado huérfanos de asideros  y la orfandad, el abandono, el desamparo se agudiza en situaciones de crisis en las que sentimos que además de la pérdida inmaterial nos enfrentamos a la pérdida material que nos ha estado sosteniendo (el puesto de trabajo, la posición social, el poder adquisitivo, la casa, el coche…) y ahora lo más importante la salud y la vida.

Tantos años mirando y buscando fuera nos ha hecho olvidar que, el ser humano, como señala Viktor Frankl, tiene la capacidad de crear sus propios fundamentales, es decir, crear supuestos últimos capaces de guiar y subordinar nuestra conducta a unos valores últimos, que pueden estar vinculado o no a una religión. Así, para una persona, su fundamental puede ser la religión católica o la budista, pero para otra puede ser la familia, los hijos, el amor, la libertad, la justifica, la protección medioambiental, la ayuda a los más necesitados, etc. Esos valores fundamentales últimos responden a preferencias esenciales que nos orientan en la vida y a la necesidad universal del ser humano de tener una orientación, un fin al que dirigir su vida, que le da sentido a la misma. Ese fin se convierte en un  objeto de devoción, y lo relevante no es cual sea ese objeto o que sea uno un otro, sino si el mismo  contribuye al desarrollo del hombre, de sus potencias específicamente humanas  o si, por el contrario, las paraliza y las anula.

También Gordon Allport  decía que toda persona, esté o no religiosamente orientada, tiene sus propios supuestos últimos. Unos supuestos sin los que no puede vivir porque para él o ella son verdaderos, en el sentido de que son la verdad que quiere ver en el mundo y por eso le aportan certeza, seguridad y un sentido de conexión y de no aislamiento. A lo largo de la historia esos supuestos han sido proporcionados por el linaje (la familia, la pertenencia a un estamento social), la religión, la democracia. Esos supuestos nos aportan confianzafe, creer en algo estable y fuerte que nos ayuda a comprender el mundo, a vivir en él y nos proporciona la energía (lease motivación, voluntad) para actuar conforme a él. Esos supuestos son nuestras convicciones, que Carl Jung afirmaba necesitaba el ser humano para dar  un significado a su vida y encontrar un lugar en el universo, porque todo ello le aportan paz, tranquilidad, bienestar y felicidad a la persona.

Creer en algo nos da fuerza y nos da seguridad, si en lo que creemos nace de nuestra esencia, de nuestros valores, de nuestro yo ideal y lo concretamos en algo que es realizable en el mundo exterior y aporta a otros, esa creencia se transforma en confianza, en energía creadora que nos impulsa a mejorar, a superarnos, a retarnos, a luchar y entramos en una dinámica de realización crecimiento y bienestar. El propósito personal es nuestra religión, es la causa de nuestra fe y nuestra confianza y, como desde muy pequeña me enseñó mi madre, «la fe mueve montañas».  Arquímedes dijo «dadme un apoyo y moveré el mundo» quizás ese apoyo trasladado al mundo existencial de la persona sea el propósito, porque toda persona con un propósito claro y conectada a él es capaz de movilizar lo mejor de sí misma y de los demás para conseguirlo.

La fuerza del propósito nace de su conexión con nuestros valores fundamentales, con la creencia de que el mundo debe ser justo, libre, compasivo, generoso, creativo y la forma que encontramos de hacer realidad ese valor: enseñando, siendo padres o madres, innovando, sirviendo en el ejercito, en las misiones, comunicando, haciendo reér, bailando, investigando, diseñando edificios. Cuando lo conectamos amamos lo que hacemos y hacemos lo que amamos y eso genera un compromiso que va más allá de la motivación, el placer, la satisfacción, el reconocimiento, el dinero que ganamos, etc. Actuar de acuerdo a nuestro propósito, con devoción a nuestra vocación, nos permite sentir que estamos ligados a él en cada acto que lo revivimos. La promesa de recompensa eterna, que antaño proporcionaba la religión, se sustituye ahora por la de transcendencia y legado.

Como cuenta Viktor Frank en su libro «El hombre en busca de sentido» los que demostraron tener mayor capacidad para sobrevivir en los campos de concentración, incluso en aquellas situaciones límite, eran los que estaban orientados hacia un futuro, hacia una tarea que les esperaba, hacia un sentido que querían cumplir. Eso es el propósito, nos hace resistir, nos hace ser fuertes, comprometidos, ligados a una causa movilizadora y estimulante.

En un momento en que nos sentimos desbordados, desmoralizados, desorientados es importante recuperar conceptos como el propósito y ponerlos en el centro de nuestra recuperación, nuestro fortalecimiento, nuestro desarrollo. Por ello, está emergiendo una idea de religión personalizada, en el sentido de capaz de dar respuesta a cada persona del significado último de su vida, teniendo en cuenta sus especiales características, condiciones genéticas, contextuales y sus propias categorías fundamentales. Esa religión personalizada es el propósito que se traduce en vocación y se materializa en visiones, misiones, metas, objetivos, acciones y resultados, y que puede a su vez conectarse con otros propósitos individuales a través de diversos mecanismos de organización social: movimientos activistas, organizaciones empresariales, benéficas, el servicio público.

Esta religión personalizada lejos de acrecentar el individualismo, la separación, el enfrentamiento puede ser un lazo de unión, una especie de ligazón entre necesidades personales y sociales, un mecanismo para autorrealizarnos y contribuir al bien común a la vez. El propósito puede ser la vía hacia un humanismo social.  Estaríamos hablando de construir una sociedad basada en las diferencias personales, con diferentes propósitos y religiones personales pero a la vez conectadas por lo que nos une como humanos, el deseo de realizar un propósito que da sentido a nuestras vidas y que a la vez nos permite conectar valores y fortalezas humanas. Sería una religión fraternal porque no nace de la imposición de una institución, un comité de representantes de la divinidad, sino de la libre elección de la persona que no solo la funda sino que la conecta con otras y lo hace en base a un conocimiento de causa, es decir, en base a un conocimiento de propósitos y su capacidad de unirse para lograr algo más grande: unir propósitos para crear lazos, para construir confianza y ganar seguridad sin perder libertad. Esta nueva idea de religión, esta nueva forma de unirse y conectarse será la fuente de un funcionamiento humano óptimo, de nuestra resiliencia y una antifragilidad, a nivel individual y social.

 

Cuenta Tarun Khanna, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard y autor de “Contextual Intelligence” que cuando era niño le decían  ‘debes estudiar algo práctico para que seas ingeniero, médico, contador. No vayas a ser filósofo o algo así’ y que, siguiendo ese consejo estudio, matemáticas en Estados Unidos con la idea de dedicarse a desarrollar programas informáticos y ganarse la vida. Sin embargo, dice que, en su carrera profesional, “ me he encontrado con que los problemas más difíciles de la sociedad no son los relacionados con la ciencia dura, los problemas más complejos tienen que ver con el comportamiento humano y con cambiar la mentalidad a la gente.

Para comprender las diferencias en el comportamiento humano derivadas de la diversidad, la multiculturalidad, del cambio sociológico constante es necesario desarrollar una forma de mirar multifocal. La inteligencia contextual te ayuda a desarrollar lentes más amplios para ver lo que ocurre ahí fuera, en la sociedad, a las personas, y cómo eso influye en las decisiones que tomas a nivel personal y organizacional y, lo que es más importante aún, que impacto tiene todo ello en nuestros resultados presentes y futuros. No es algo nuevo, el psicólogo Robert Stenberg, uno de los mayores expertos en el tema de la inteligencia, considera que la inteligencia contextual es una de las tres patas de una inteligencia exitosa y la define como la capacidad de generar conductas adaptadas al mundo real, lo que de una forma común viene a ser el “saber dónde estamos parados” y actuar en consecuencia. La inteligencia contextual es la que hay que activar cuando tenemos que adaptarnos al entorno para poder lograr nuestros objetivos. Como señala Stenberg es la inteligencia práctica, aplicada al mundo real, al día a día.

Quizás la pandemia que estamos viviendo ha sido una gran prueba de fuego para la inteligencia contextual, porque nos ha obligado a entender los límites del conocimiento y la experiencia que teníamos para resolver problemas totalmente desconocidos y a tener que adaptar ese conocimiento, experiencia y habilidades a la nueva realidad para buscar formas efectivas de responder a ella. Esto es algo que ya nos había enseñado la globalización pues en ocasiones muchas ideas, negocios, herramientas, técnicas, estrategias, mensajes que utilizabamos en un contexto cultural no eran aplicables a otro. También nos lo ha ido enseñando el mundo de internet y las RRSS donde las imágenes, los mensajes han tenido que ser adaptados en estilos, longitud, frecuencias. No es lo mismo comunicarse en twiter que en facebok, instagran o linkedin.

La inteligencia contextual implica saber trabajar con información del pasado, presente y futuropues requiere integrar de forma eficaz 3 tipos de inputs:

  1. Conocimiento de eventos relevantes del pasado
  2. Control de las variables contextuales que afectan al presente
  3. Aplicación de la intuición sobre eventos futuro

No todo se tiene que cambiar, hay elementos del pasado que será necesario mantener para asegurar el cambio, además el pasado es una fuente de aprendizaje y conocimiento. El presente nos condiciona en cuanto a que es quien demanda una respuesta, una solución y, dependiendo de las características del contexto, las opciones serán diferentes, además de que la experiencia pasada y las soluciones anteriores pueden no ser aplicables a la nueva realidad. También debemos contemplar cómo la solución actual afectará al futuro, lo que implica intuir por donde evolucionará.

 

La inteligencia contextual es clave para saber adaptarse a los cambios, para responder a la diversidad, para gestionar la complejidad y para navegar en la interdependencia que propicia la globalidad. Como señalan Tony Mayo y Nitin Nohria, en el libro «En su tiempo», «El éxito en un tiempo y contexto determinado no garantiza el éxito en el futuro”, por ello, el desarrollo de la inteligencia contextual no solo es clave en el liderazgo sino también en el desarrollo del talento, para evitar su desactualización y obsolescencia y, por supuesto, en la toma de decisiones en cualquier ámbito y etapa de la vida. Otro ejemplo en este sentido lo hemos vivido en este último año con el teletrabajo y el desarrollo de un gran número de actividades de forma virtual. El mundo virtual es un nuevo contexto en el que las reglas del juego cambian. Sin ir más lejos la duración de las reuniones o los talleres formativos no pueden ser las mismas en el contexto físico que en el virtual, lo mismo ocurre con las formas de gestionar equipos, de ejercer el liderazgo, o de impartir la formación.

Cada uno de nosotros vive en dos realidades paralelas, la realidad del mundo exterior y la realidad de nuestro mundo interior. En esta última se aloja la interpretación que le damos al contexto y cómo nos afectan las interacciones y experiencias que tenemos en él. El autoconocimiento y el conocimiento contextual son las dos piezas clave para tomar decisiones sabias, que no solo nos permitirán responder a las demandas del presente sino también construir el futuro que queremos.  Además del autoconocimiento necesitamos cultivar la lectura contextual, detectando en cada momento oportunidades para lograr nuestros objetivos, aprender, innovar y mejorar; saberinterpretar los tiempos que se viven, estar al día y alineado con las nuevas tendencias y saber identificar las nuevas necesidades y demandas que aparecen para redefinir nuestras estrategias. La inteligencia contextual desarrolla el olfato para presentir oportunidades y evitar amenazas, obtienen una visión más amplia, profunda y de largo alcance, despierta la creatividad y educa una actitud vigilante del contexto para saber cómo actuar. Básicamente, la inteligencia contextual se fundamenta en la observación externa, lo que pasa a nuestro alrededor, y en la observación  interna, quiénes somos, qué queremos y qué podemos hacer. De ahí surge la capacidad de adaptación, de saber combinar de forma optima lo individual y lo contextual.

Con el resultado de lo observado o lo escuchado hay que analizar, por ejemplo, para determinar si lo que estamos captando en el contexto es una tendencia o una moda, porque las modas son pasajeras y temporales, pero las tendencias se quedan y son el germen de oportunidades de crecimiento futuro, individual y organizacional. Para identificar tendencias, además del análisis de datos, es necesaria la intuición, que nos permite extraer patrones, conectar elementos aislados que juntos dan lugar a una nueva vía de respuesta, a una nueva posibilidad, así como la imaginación para realizar planificaciones de escenarios posibles y diseñar planes b, c y d, para ganar en flexibilidad y capacidad de respuesta.

La lectura contextual debe ser empática, centrada en observar y escuchar con genuino interés al otro, especialmente a quienes son diferentes a nosotros por edad, sexto, cultura, ideología. Se trata de comprender más que de saber, de ser sensible a las formas de pensar de otros, a sus necesidades y circunstancias, a sus costumbres y rituales. Como señala Joseph NyeSin sensibilidad hacia las necesidades de los demás, el análisis cognitivo puro y la experiencia extensa pueden resultar insuficientes”. Esa sensibilidad se comienza a demostrar cuando adaptamos nuestro lenguaje, nuestros sentido del humor, nuestros rituales a los del contexto y las personas con las que estamos interactuando, como una muestra de acercamiento, de conexión. También cuando preguntamos y nos interesamos por conocer cómo son, qué quieren, que necesitan, en lugar de avasallar con lo que nosotros somos o hacemos e intentar convencer desde el minuto uno de que lo nuestro es lo mejor o de que tenemos la solución a lo que necesitan, sin haber dedicado tiempo a comprender en profundidad qué necesitan realmente. También es importante aclarar significados para trabajar sobre conceptos claros y no sobre interpretaciones, así como conocer cómo lo están haciendo ya, de que experiencia parten para construir desde ahí y no cortar el lazo de unión con el pasado. Si algo enseña la inteligencia contextual es que una misma palabra cobra significados diferentes, no solo en el contexto cultural sino en el contexto particular de cada persona. Las diferencias de significados no captadas son fuentes de muchos malentendidos, conflictos, pérdidas de tiempo y fracasos.

La inteligencia contextual forma parte de la «mentalidad mundana», que Henry Mintzberg considera una de las 5 mentalidades clave de un directivo y líder. Su desarrollo pasa por someterse a experiencias y relaciones diversas porque con cada nueva situación, con cada nueva persona se pone a prueba nuestra empatía, nuestra capacidad de captar las diferencias y saber gestionarlas, nuestra capacidad de negociar y saber adaptarnos a ella. También por trabajar la conciencia política, esa habilidad social de saber interpretar las corrientes emocionales de un colectivo, las relaciones de poder, las influencias, la red de relaciones, que se dan en los grupos y las organizaciones. Para su desarrollo puede ayudar buscar distintas ópticas de ver y resolver un problema o reto, acudiendo a diferentes profesionales, diferentes perfiles de personas, diferentes roles.

La inteligencia contextual es imprescindible para liderar personas diferentes, para gestionar organizaciones multiculturales y diversas, para gestionar las diferencias de forma integradora, para adaptar nuestro talento a los cambios y actualizar nuestras competencias, para comunicarnos de una forma empática con nuestro público y entorno haciendo llegar nuestro mensaje e influir de formar eficaz y para convertir al contexto en un aliado de nuestros procesos de aprendizaje, cambio y desarrollo.