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La religión ha tenido el papel de dar sentido, guía, soporte, seguridad e, incluso, esperanza e ideales nobles a la vida del ser humano. Ha tenido la misión de ser un sistema de creencias al que acudir en momentos de adversidad, sufrimiento, desestabilización y desesperanza.  Muchos han sido los autores (William James,  Freud, Jung, Gordon Allport, Erich Fromm, Viktor Frankl) que han sostenido que la religión cumple funciones fundamentales en la vida de las personas, como dar cobijo, esperanza, orientación y sentido existencial.

La palabra religión procede del latín «religare» que significar religar, es decir, volver a unir a conectar. La religión ha sido el vehículo para unir al ser humano con una divinidad, entendida esta como el símbolo de lo que trasciende al ser humano y, a la vez, forma parte de su esencia. Es una vía de conexión humana que transciende lo individual pero a la vez es universal. La necesidad de conexión, de vínculo es un instinto natural, innato. Erich Fromm nos recuerda, en «El Arte de Amar», que el ser humano tiene la necesidad de evitar el aislamiento y la soledad, la necesidad relacionarse con el mundo exterior, estar conectado con él.  Las personas tiene terror a la soledad, pero no a una soledad física, sino a una soledad existencial, es decir, a una existencia desconectada de los otros, del mundo, del significado último de la vida. Una persona puede estar sola físicamente hablando durante mucho tiempo y, sin embargo, estar conectada, vinculada con ideas, valores, principios o incluso normas o ritos sociales que le proporcionan un sentimiento de comunión y pertenencia. También puede vivir entre la multitud, rodeada constantemente de personas y, no obstante, sentirse sola, aislada, desconectada. Creo que lo que todos hemos vivido durante estos meses de cuarentena por el COVID-19 lo refleja perfectamente y explica rituales como salir a aplaudir en los balcones todos los días a las 20:00 horas.

Los efectos del aislamiento son tan devastadores, a nivel mental y emocional, que las personas huimos de la soledad. El problema es que esa huída es hacia afuera y no hacia dentro. Y cuanto más buscamos fuera compensar esa soledad (televisión, relaciones superficiales, rrss, adicción al trabajo) más nos vamos desconectando de nosotros, desligando de nosotros y más vacío y soledad sentimos. Y lo peor es que acabamos cayendo en manos de fanatismos, extremismos, populismos, radicalismos, nacionalismos porque todos ellos se basan en explotar la necesidad humana de estar conectados a algo, de ser parte de algo que nos da sentido e identidad. Necesitamos objetos de devoción porque ser devoto implica inclinarse con fuerza hacia algo, algo que nos hace sentir vivos, conectados, pertenecientes a, vinculados a. Hace no tanto la devoción se traducia en una vocación y una vocación era mucho más que realizar un trabajo era amarlo, era sentirnos unidos a él porque al hacerlo nos realizabamos, nos sentíamos parte del mundo, transcendíamos, sentíamos que estabamos dando lo que queríamos para encontrar nuestro lugar en ese mundo.

Con los años la devoción a un ideal, a una vocación, a una profesión, a unos valores se han ido transformando en la devoción al dinero, al estatus, al placer, a la imagen. Todos estos objetos de devoción son efímeros, caprichosos, cambiantes y lo que es peor cuanto más devotos somos a ellos más nos consumen y menos nos realizan. Hemos cambiado la fe por el apego, la creencia en ideales por la sumisión a las novedades o las modas. Nos hemos vuelto una sociedad descreída, sin creencias en las que confiar y sin confianza el ser humano se vuelve pasivo, dependiente, replegado en sí, se cierra y no se expande. No creemos en la religión, no creemos en la democracia, no creemos en las instituciones, no creemos en la ciencia (el recelo a las vacunas para el COVID es una muestra más de este descreimiento:la última encuesta del CIS nos cuenta que un 48,3% de los encuestados recela de la vacuna), no creemos en la sociedad civil como motor de cambio, no creemos ya en nuestros vecinos y no creemos en nosotros mismos. Pero como necesitamos creer, porque sin creencias, sin certezas el ser humano vive en la angustia, en la inseguridad pues acabamos creyendo en lo último que llega, lo que más nos impacta emocionalmente, en lo que creen los famosos influencers. El fenómeno de las fake news tiene bastante que ver con la falta de creencias sólidas, de criterios a los que agarrarnos para valorar, para decidir, para actuar. Esta falta de creencias, está pérdida de confianza en nuestros pilares tradicionales (linaje, religión, democracia , ciencia) nos ha dejado huérfanos de asideros  y la orfandad, el abandono, el desamparo se agudiza en situaciones de crisis en las que sentimos que además de la pérdida inmaterial nos enfrentamos a la pérdida material que nos ha estado sosteniendo (el puesto de trabajo, la posición social, el poder adquisitivo, la casa, el coche…) y ahora lo más importante la salud y la vida.

Tantos años mirando y buscando fuera nos ha hecho olvidar que, el ser humano, como señala Viktor Frankl, tiene la capacidad de crear sus propios fundamentales, es decir, crear supuestos últimos capaces de guiar y subordinar nuestra conducta a unos valores últimos, que pueden estar vinculado o no a una religión. Así, para una persona, su fundamental puede ser la religión católica o la budista, pero para otra puede ser la familia, los hijos, el amor, la libertad, la justifica, la protección medioambiental, la ayuda a los más necesitados, etc. Esos valores fundamentales últimos responden a preferencias esenciales que nos orientan en la vida y a la necesidad universal del ser humano de tener una orientación, un fin al que dirigir su vida, que le da sentido a la misma. Ese fin se convierte en un  objeto de devoción, y lo relevante no es cual sea ese objeto o que sea uno un otro, sino si el mismo  contribuye al desarrollo del hombre, de sus potencias específicamente humanas  o si, por el contrario, las paraliza y las anula.

También Gordon Allport  decía que toda persona, esté o no religiosamente orientada, tiene sus propios supuestos últimos. Unos supuestos sin los que no puede vivir porque para él o ella son verdaderos, en el sentido de que son la verdad que quiere ver en el mundo y por eso le aportan certeza, seguridad y un sentido de conexión y de no aislamiento. A lo largo de la historia esos supuestos han sido proporcionados por el linaje (la familia, la pertenencia a un estamento social), la religión, la democracia. Esos supuestos nos aportan confianzafe, creer en algo estable y fuerte que nos ayuda a comprender el mundo, a vivir en él y nos proporciona la energía (lease motivación, voluntad) para actuar conforme a él. Esos supuestos son nuestras convicciones, que Carl Jung afirmaba necesitaba el ser humano para dar  un significado a su vida y encontrar un lugar en el universo, porque todo ello le aportan paz, tranquilidad, bienestar y felicidad a la persona.

Creer en algo nos da fuerza y nos da seguridad, si en lo que creemos nace de nuestra esencia, de nuestros valores, de nuestro yo ideal y lo concretamos en algo que es realizable en el mundo exterior y aporta a otros, esa creencia se transforma en confianza, en energía creadora que nos impulsa a mejorar, a superarnos, a retarnos, a luchar y entramos en una dinámica de realización crecimiento y bienestar. El propósito personal es nuestra religión, es la causa de nuestra fe y nuestra confianza y, como desde muy pequeña me enseñó mi madre, «la fe mueve montañas».  Arquímedes dijo «dadme un apoyo y moveré el mundo» quizás ese apoyo trasladado al mundo existencial de la persona sea el propósito, porque toda persona con un propósito claro y conectada a él es capaz de movilizar lo mejor de sí misma y de los demás para conseguirlo.

La fuerza del propósito nace de su conexión con nuestros valores fundamentales, con la creencia de que el mundo debe ser justo, libre, compasivo, generoso, creativo y la forma que encontramos de hacer realidad ese valor: enseñando, siendo padres o madres, innovando, sirviendo en el ejercito, en las misiones, comunicando, haciendo reér, bailando, investigando, diseñando edificios. Cuando lo conectamos amamos lo que hacemos y hacemos lo que amamos y eso genera un compromiso que va más allá de la motivación, el placer, la satisfacción, el reconocimiento, el dinero que ganamos, etc. Actuar de acuerdo a nuestro propósito, con devoción a nuestra vocación, nos permite sentir que estamos ligados a él en cada acto que lo revivimos. La promesa de recompensa eterna, que antaño proporcionaba la religión, se sustituye ahora por la de transcendencia y legado.

Como cuenta Viktor Frank en su libro «El hombre en busca de sentido» los que demostraron tener mayor capacidad para sobrevivir en los campos de concentración, incluso en aquellas situaciones límite, eran los que estaban orientados hacia un futuro, hacia una tarea que les esperaba, hacia un sentido que querían cumplir. Eso es el propósito, nos hace resistir, nos hace ser fuertes, comprometidos, ligados a una causa movilizadora y estimulante.

En un momento en que nos sentimos desbordados, desmoralizados, desorientados es importante recuperar conceptos como el propósito y ponerlos en el centro de nuestra recuperación, nuestro fortalecimiento, nuestro desarrollo. Por ello, está emergiendo una idea de religión personalizada, en el sentido de capaz de dar respuesta a cada persona del significado último de su vida, teniendo en cuenta sus especiales características, condiciones genéticas, contextuales y sus propias categorías fundamentales. Esa religión personalizada es el propósito que se traduce en vocación y se materializa en visiones, misiones, metas, objetivos, acciones y resultados, y que puede a su vez conectarse con otros propósitos individuales a través de diversos mecanismos de organización social: movimientos activistas, organizaciones empresariales, benéficas, el servicio público.

Esta religión personalizada lejos de acrecentar el individualismo, la separación, el enfrentamiento puede ser un lazo de unión, una especie de ligazón entre necesidades personales y sociales, un mecanismo para autorrealizarnos y contribuir al bien común a la vez. El propósito puede ser la vía hacia un humanismo social.  Estaríamos hablando de construir una sociedad basada en las diferencias personales, con diferentes propósitos y religiones personales pero a la vez conectadas por lo que nos une como humanos, el deseo de realizar un propósito que da sentido a nuestras vidas y que a la vez nos permite conectar valores y fortalezas humanas. Sería una religión fraternal porque no nace de la imposición de una institución, un comité de representantes de la divinidad, sino de la libre elección de la persona que no solo la funda sino que la conecta con otras y lo hace en base a un conocimiento de causa, es decir, en base a un conocimiento de propósitos y su capacidad de unirse para lograr algo más grande: unir propósitos para crear lazos, para construir confianza y ganar seguridad sin perder libertad. Esta nueva idea de religión, esta nueva forma de unirse y conectarse será la fuente de un funcionamiento humano óptimo, de nuestra resiliencia y una antifragilidad, a nivel individual y social.

 

Cada vez son más las voces que, desde diferentes ámbitos, nos hablan de la importancia del propósito personal como guía en nuestra vida, como base de nuestra realización y nuestra felicidad.

En la Escuela de Mentoring consideramos que el propósito es la fuente de nuestra motivación, el criterio último de nuestras decisiones, un ingrediente clave para el funcionamiento humano óptimo, un pilar de nuestra resiliencia, y el eje vertebrador de cualquier proceso de aprendizaje, cambio y desarrollo.

Queremos compartir contigo  una herramienta que hemos desarrollado en la Escuela de Mentoring con el objetivo de que descubras y conectes con tu propósito personal.

La herramienta se llama el “Oráculo del Propósito Personal” porque una vez la pongas en práctica encontraras en ella las respuestas a muchas de las preguntas e inquietudes que probablemente hoy te estes planteando, porque cada vez que la vuelvas a mirar te enviará poderosos mensajes para encarar el presente y el futuro, porque te llenará de fuerza y energía positiva, porque te hará sentir más acompañado que nunca y más parte del todo y te servirá de fuente de inspiración.

Te aportamos un modelo que puedes realizar en diferentes formatos.Te invitamos a que des rienda suelta a tu creatividad en cuanto al lugar en donde hacerlo, el material, soporte para realizarlo o el formato. Busca la forma más cómoda e inspiradora para ti. Puedes realizarlo solo o con otras personas si te resulta más fácil e inspirador. Puedes usar palabras, dibujos, imágenes, fotos y todo tipo de materiales que se te ocurran. La clave está en el objetivo de la herramienta: crear un oráculo para descubrir y conectarte a tu propósito personal, a través de tus referentes, tus fuentes de inspiración, tus héroes o heroínas. 

En el modelo hemos creado espacio para 7 nombres de personas, pero se trata de tu oráculo así que incluye a todas las que quieras. Para cada una de ellas piensa en que valores te transmiten, cuales son las fortalezas que admiras de ellas, qué acciones realizaron que recuerdas como significativas, cuales eran sus mantras (esas frases que parecían lemas de vida, principios por los que se guiaban y que resuenan en ti para guiarte también), que aprendiste de ellos y ellas, qué aprendizajes te dejaron. Y lo más importante cuál fue su legado para ti, qué hicieron o hacen que tu quieres continuar aportando al mundo.

Cuando termines de realizar todo el trabajo, que te invitamos a que lo conviertas en una experiencia gratificante, lúdica y de aprendizaje, contémplalo desde la distancia y formúlale preguntas al resultado, extrae reflexiones de la información, en todo ello se encuentran las claves para descubrir tu propósito. Deja que el oráculo te lo susurre. En la herramienta que te puedes descargar aquí te dejamos una guía de como hacerlo. Descargar Herramienta

Nos encantaría que nos enviaras fotos del resultado y nos dejaras tus comentarios sobre la experiencia. Puedes hacerlo a través de la web y de info@escueladementoring.com. Nos encantaría compartirlo para lanzar propósitos inspiradores de los que todos podamos nutrirnos.

Hoy queremos compartir contigo la entrevista que nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel, realizó hace unos meses a John Strelecky, autor del long seller mundial «Un café en el fin del mundo», un libro que habla del propósito vital, qué significa, cómo descubrirlo y cómo vivir a partir de él.

Mª Luisa de Miguel: Un viaje en automóvil para escapar de la rutina, un desvío inesperado, un lugar misteriosamente escondido y una conversación en torno a un café. ¿Por qué eligió una conversación en un lugar inesperado con personas inesperadas para hablar sobre el tema del propósito?

John Strelecky: La historia del café me llegó a través de una experiencia de escritura consciente que duró veintiún días. Fue como si la historia viniera a mí desde otro lugar, pasara a través de mí y quedara plasmada en las páginas. Es decir, en realidad no elegí esos elementos de la historia. Prácticamente se me presentaron y tuve que escribirlos.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cómo puede ayudarnos una conversación con las personas adecuadas a descubrir nuestro propósito en la vida?

John Strelecky: Todos llevamos una suerte de anteojeras puestas. Cosas que nos han dicho, creencias que hemos adoptado a partir de comentarios al azar, cosas que hemos visto en películas y en muchos otros lugares. Otras personas llevan también anteojeras, pero son anteojeras diferentes. Así, hablar con otras personas nos da la oportunidad de ver de diferentes maneras el mundo y el lugar que ocupamos en él. Esto puede resultarnos realmente útil en lo que respecta a descubrir nuestro propósito en la vida.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Qué fue lo que lo llevó a escribir Un café en el fin del mundo? ¿Cuál es su propósito con este libro?

John Strelecky: Como ya he mencionado, la historia me llegó en el transcurso de unas tres semanas. Antes de eso, me tomé un año sabático, vendí casi todas mis posesiones y viajé por el mundo con unos 35 euros al día. Aquel viaje me cambió la vida por completo. Tener la oportunidad de vivir el tipo de vida con el que siempre había soñado, y ver a tantas personas diferentes viviendo tantas realidades distintas fue increíblemente revelador. Si no hubiera realizado ese viaje, no creo que la historia se hubiera presentado ante mí. Podría haberlo intentado, pero no habría alcanzado el estado de ánimo adecuado para dejarla fluir. Mi propósito al convertir la historia en un libro era ayudar a otras personas que también se estaban enfrentando a las mismas preguntas con las que yo había estado lidiando hasta entonces. Especialmente a la pregunta: ¿Cuál es el propósito de la vida?

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cree que hay miedo a preguntar «por qué estamos aquí», miedo a descubrir nuestro propósito? ¿Cuáles cree que son las razones de este miedo?

John Strelecky: Quizá, como describo en el libro, una vez que conoces tu propósito, resulta muy difícil ignorarlo. Los seres humanos a menudo nos resistimos al cambio, incluso cuando sabemos que realmente deseamos un cambio. Y conocer tu propósito y luego vivirlo, con toda probabilidad requerirá implementar algunos cambios. Tal vez sea esa una razón por la que algunas personas temen descubrir su propósito. Sin embargo, puedo asegurar que la vida adquiere una dimensión completamente nueva y sorprendente cuando descubrimos y vivimos nuestro propósito.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuándo descubrió su propósito vital? ¿Cómo ocurrió? ¿Y qué cambió ese descubrimiento en su vida?

John Strelecky: Cuando comenzó a difundirse el primer libro, empecé a recibir correos electrónicos y cartas de personas que decían cuánto había significado para ellos. Fue entonces cuando me di cuenta de que tal vez escribir, y ser una especie de instrumento vehiculador de este tipo de historias, era una gran parte de mi propósito. Sin embargo, al principio fue un poco intimidante. Me preguntaba si sería capaz o si estaba cualificado para vivir ese propósito. No obstante, con el tiempo, aprendí a salir de mi propio camino y a simplemente vivir en el flujo de lo que sentía correcto y que tenía un impacto positivo tanto en los demás como en mí mismo.

 

Mª Luisa de Miguel: Algunas personas descubren temprano su propósito en la vida, durante la niñez o en la adolescencia. ¿De qué depende? ¿Existen características especiales que permitan a estos individuos descubrirlo antes?

John Strelecky: No estoy seguro. Tiene razón, existen grandes variaciones en cuanto al momento en que las personas lo descubren. Supongo que depende del tipo de entorno en el que creces y si tienes la autoconfianza suficiente para aceptar algo que te sientes llamado a hacer. Para algunas personas, ese entorno está presente desde que son muy jóvenes. Otros individuos, incluido yo mismo, necesitamos más tiempo para estar solos, desarrollar un mejor sentido de nosotros mismos e incluso exponernos al concepto de tener un propósito.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuáles son los elementos que comúnmente están presentes en el propósito y que pueden actuar como factores clave para descubrirlo?

John Strelecky: Yo diría que la curiosidad por descubrirlo, junto con un amplio campo de visión para explorar opciones y la voluntad de abrazar lo que te llama son factores importantes que influyen en si descubrimos o no nuestro propósito.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuál puede ser el papel de los mentores en la tarea de ayudar a descubrir el propósito, considerando al mentor como una persona que ha descubierto su propósito y vive de acuerdo con él? ¿Pueden los mentores, como es el caso de Mike o Casey, personajes principales de su historia, inspirarnos a descubrir o a perseguir nuestro propósito?

John Strelecky: Tener un mentor puede acelerar realmente nuestra experiencia de descubrimiento. Ya sea que el mentor adopte la forma de un personaje en un libro, de un experto que comparte su sabiduría on-line, de alguien que conocemos y con quien podemos hablar, u otras muchas formas, puede sernos de gran ayuda. La clave es que debemos estar dispuestos a admitir que necesitamos ayuda y luego a aceptar e implementar la ayuda cuando la recibamos. Yo no entendía el concepto de «mentor» cuando era niño. Ojalá lo hubiera comprendido entonces.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuál es la conexión entre propósito y felicidad? ¿Cómo puede explicar esa conexión y lo que aporta a la vida de una persona?

John Strelecky: Creo que una de las cosas que puede hacernos felices es vivir alineados con nuestro propósito. Tanto si deseamos convertirnos en un buen padre, como si queremos diseñar aplicaciones geniales, o viajar por el mundo… eso depende de cada persona. No estar sincronizado con la vida suele ser un buen indicador de que no dedicamos suficientes minutos al día a nuestro propósito.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Puede el propósito convertirse en la nueva religión, en una creencia a la que aferrarnos que nos brinde certezas, confianza, seguridad, porque nos ofrece una guía en nuestra vida, un hilo conductor que le da sentido?

John Strelecky: Creo que conocer nuestro propósito es como saber dónde está el norte en nuestra brújula personal para dirigir nuestros pasos en la vida. Nos da una dirección y eso nos hace sentir más seguros y confiados. También elimina mucho de lo que nos causa estrés en la vida, porque no evaluamos constantemente cada decisión desde una posición de incertidumbre.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Qué indicadores tienden a aparecer en la vida de una persona que revelen que vive alejada de su propósito, que algo no está funcionando bien?

John Strelecky: Como ya he mencionado, sentirse desincronizado es un gran indicador. Estadísticamente, disponemos de alrededor de 28.900 días de ese regalo llamado vida. Si nos disgusta tanto nuestro trabajo que deseamos constantemente llegar al fin de semana, eso es una señal de que algo no funciona bien, de que vivimos alejados de nuestro propósito. Los días de la semana también son valiosos. Si cuando nos despertamos por la mañana no estamos realmente contentos y emocionados, eso es otro indicador. La buena noticia es que podemos utilizar estos indicadores para empezar a hacer cambios en nuestra vida.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuál es el significado de fluir con la vida, como la tortuga fluye con las mareas del océano? ¿Qué nos puede enseñar esa hermosa metáfora descrita en su libro?

John Strelecky: Hay un ritmo en la existencia. Momentos en los que fluimos y momentos en los que luchamos contra la marea. Cuando nos permitimos encontrar aquello que crea esos momentos de flujo para nosotros, y luego traemos a nuestras vidas más momentos como esos, somos más felices y disponemos de más energía. A veces, esto significa simplemente abrir un poco más el campo de nuestra conciencia. Otras veces requiere deshacernos de lo que no fluye en nuestras vidas para que podamos permitir que el flujo nos encuentre.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cómo podemos enfrentarnos a todos esos estímulos que asaltan nuestras vidas y nos distraen de nuestro propósito? Actualmente, ¿cuáles son los más peligrosos y a cuáles deberíamos prestar más atención?

John Strelecky: La decisión depende de cada persona. Hay un yin y un yang en todas las cosas. Por ejemplo, nuestros teléfonos inteligentes pueden ser una fuente ininterrumpida de distracción, o pueden ser un punto de conexión increíble para ayudarnos a vivir nuestro propósito. Si decido que mi propósito es ser un panadero extraordinario, pero me quedo atrapado en el último drama del día en la pantalla de mi teléfono, entonces es una distracción. Sin embargo, si lo utilizo para aprender más sobre cómo ser un panadero extraordinario, es una ventaja fantástica.

 

Mª Luisa de Miguel: Trabajamos cada vez más para ganar más dinero y poder comprar más cosas que presumiblemente nos hacen felices, hacen que nos sintamos realizados. Este hecho nos impide dedicar tiempo a nuestro propósito y al final nos sentimos frustrados. ¿Cómo podemos romper esa dinámica?

John Strelecky: Aunque a veces puede parecer compleja, la solución es bastante sencilla. Una vez que conocemos nuestro propósito, entonces tenemos la oportunidad de asignar todos nuestros recursos, como el tiempo, el dinero, la energía, los pensamientos, etc. a vivirlo. Si nos permitimos comenzar lentamente, muy pronto veremos cuánto impacto positivo tiene en nuestras vidas y podremos aumentar la velocidad y el tamaño de nuestros esfuerzos.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Qué le dirías a los que temen perseguir su propósito porque creen que van a fallar y piensan que no serán capaces de vivir cómodamente o de ganar suficiente dinero para vivir?

John Strelecky: Alguien está viviendo la vida de tus sueños, pero bien podrías ser tú. Averigua quién es esa persona, o personas, aprende todo lo que puedas sobre su camino hacia esa vida y luego comienza a imitarla. Ya han demostrado que es posible. Con tiempo y esfuerzo enfocado, podemos mover nuestra vida de donde está a donde queremos que esté.

 

Mª Luisa de Miguel: ¿El propósito se lleva a cabo únicamente en el trabajo, en una actividad profesional u ocupacional, o se puede realizar de distintas maneras? ¿Es posible conciliar un trabajo no vinculado a tu propósito con otras actividades que sí contribuyen al cumplimiento del propósito fuera del ámbito profesional o laboral?

John Strelecky: La mayoría de las personas dedicamos muchas horas a la semana a las actividades profesionales, por lo que cuanto más se alineen estas con nuestro propósito personal, más sentiremos que nuestra vida está alineada a ese propósito. Dicho esto, al principio, tal vez el dinero que ganamos en un trabajo que no está alineado con nuestro propósito nos permite financiar aventuras o experiencias llenas de propósito en nuestras horas libres. Idealmente, si nuestro propósito es la energía verde y un planeta más saludable, y nuestro talento está en la industria financiera, ¿por qué no recibir un pago por cumplir con nuestro propósito haciendo un trabajo financiero para una empresa de energía verde?

 

Mª Luisa de Miguel: ¿Cuáles son las características y rasgos principales de las personas que viven cumpliendo su propósito? ¿Cómo se pueden identificar?

John Strelecky: Tienden a ser felices, confiadas, empáticas y motivadas. No se ven afectadas por la última tendencia del día, ni sufren tanto estrés como otras personas. También tienden a ser hacedores, no conversadores. Lo que quiero decir con esto es que no hablan de lo que planean hacer con su vida, simplemente hacen que suceda.

 

Acerca de John Strelecky.

John Strelecky nació en Chicago en septiembre de 1969. Tras diplomarse en la Universidad Aeronáutica de Florida, trabajó durante un año como piloto. Un problema cardiaco le impidió superar las pruebas médicas de la compañía aérea United Airlines, lo que lo llevó a un cambio radical en su vida. Se licenció en Administrador de Empresas en la Universidad de Illinois y se convirtió en consultor para la gran industria. Poco después decidió cumplir uno de sus grandes sueños junto a su novia, actual esposa ahora, emprendió un largo viaje alrededor del globo. En 2002 autopublicó su primer libro, «Un café en el fin del mundo» que se convirtió en un éxito y es considerado una de los autores más inspiradores del mundo. Sus obras han sido traducidas a 42 idiomas y varias de ellas han sido premiadas como superventas del año en seis ocasiones.

Te recomendamos la lectura de su libro «Un café en el fin del mundo» Duomo Ediciones.  Es ameno, revelador, te hace reflexionar sobre lo que de verdad importa en la vida. Si alguien te preguntara hoy si estás satisfecho con tu vida, ¿qué responderías? ¿A punto para descubrir “por qué estás aquí”? Tómate tu tiempo: ¿estás viviendo la mejor vida posible? John, el protagonista del libro, entra en un café remoto cuyo menú ofrece tres preguntas: ¿Por qué estás aquí? ¿Te da miedo la muerte? ¿Te sientes realizado? Mientras busca la respuesta, y con los consejos de tres personajes, reflexiona sobre la importancia del propio proyecto vital. Basándose en su experiencia, John Strelecky, considerado uno de los autores más inspiradores en la actualidad, nos invita a acompañarlo en esta fábula. Tras leerlo, podrás comenzar una vida nueva.

 

» Una reflexión inspiradora sobre el sentido profundo de la felicidad, que nos enseña lo importante de perderse para reencontrarse». 

Hace ya unos años escribí un libro sobre la felicidad, y en él contaba que consistía en saber satisfacer de forma armónica los tres grandes deseos que tiene el ser humano:

  • Disfrutar y pasarlo bien.
  • Tener relaciones estimulantes y satisfactorias, lo que implica sentir en las mismas gratitud, reconocimiento y cariño.
  • Sentir que somos significantes y útiles, que progresamos en nuestro camino y que aportamos, que tiene que ver con la necesidad de autonomía y competencia.

La felicidad sigue siendo un tema de gran interés y lo será hasta el fin de los tiempos, porque desde siempre para el ser humano ser feliz es uno de los fines de su existencia. Por ello, más recientemente, en otro artículo de este blog escribía acerca de la relación entre felicidad y metas personales, porque realmente creo que una parte muy importante del éxito de ser felices tiene que ver con las metas que nos proponemos y alcanzamos. Cuándo logramos lo que queremos experimentamos orgullo, alegría, una cierta paz y otra serie de emociones positivas que nos hacen sentirnos satisfechos. Si esta experiencia es bastante habitual en nuestra vida seguramente nos sintamos felices. Y esto sería una felicidad directa, en el sentido de directamente proporcional a las metas logradas, a esas metas personales que son importantes para nosotros.

Ahora bien, no me gustaría centrar la felicidad únicamente en una satisfacción personal, en la autorrealización, en lo individual, pues la felicidad, como la existencia, también tienen una dimensión transcendente. Es en esa dimensión donde nos inspiramos, nos expandimos, nos elevamos y aflora toda nuestra grandeza, porque es a través de ella que «actuamos para», para algo que está más allá de nosotros, que extiende sus efectos más allá de nosotros. Por ello, hoy quiero hablarte de otra cara de la felicidad: la felicidad indirecta y, para ello, quiero utilizar la historia y el ejemplo de los sherpas, los guías del Himalaya,

Sin los sherpas muy pocas personas escalarían el Everest, su intervención es vital para quienes se aventuran a la conquista de la más grandiosa de las cimas de los 8000. Ellos son la  avanzadilla en las expediciones a la gran montaña, recorren el camino antes que sus clientes para conocer su estado y asegurar la escalada, son los encargados de abrir nuevas rutas, montar las tiendas, llevar la cocina, la comida, el botiquín médico, las cosas de los clientes, todo lo necesario para facilitarles el ascenso. Y también les ayudan en las situaciones más complicadas y peligrosas. El sentido del propósito de su trabajo es tan grande que incluso cuando sus clientes deciden seguir la escalada en contra de su criterio y a riesgo de su vida, les siguen acompañando y no les abandonan, porque entienden que su trabajo es guiar y ayudar al cliente a coronar la cima.

Un mismo sherpa ha podido encumbrar el Everest muchas veces,pero su meta no es llegar a la cima sino ayudar a otros a alcanzarla. La satisfacción de un sherpa no está en el número de veces que ha logrado personalmente llegar arriba, sino en el número de veces que ha ayudado a otros a alcanzar la cima. Los aventureros escalan el monte Everest por la satisfacción del logro, pero los sherpas lo hacen porque es su trabajo, su vida y la consagran a ello. Muchos son los que han muerto entre los brazos de la majestuosa montaña del Nepal a lo largo de los años.   Por todo ello, los sherpas son, probablemente, una de las mejores imágenes o símbolos de lo que es la felicidad indirecta. Una felicidad que se experimenta a través de la contribución a los logros de otras personas, porque ello llena de sentido nuestra vida, porque al hacer aquello que amamos, en lo que creemos y que forma parte de nuestro proyecto personal, nuestro propósito y nuestra misión, estamos ayudando a otros a cumplir el suyo.

Supongo que quienes tienen hijos se sentirán como un sherpa, cuando llegan a la Universidad, finalizan sus estudios, consiguen su primer trabajo, van progresando en su carrera, se casan tienen hijos…, a pesar de que no son ellos los que logran cada uno de esos hitos. Tengo la sensación de que en un tiempo, no tan lejano, muchas personas se sentían sherpas  porque sentían que su trabajo tenía un sentido, porque podían vivir cada día su contribución a otros a través del mismo: las personas se sentía felices y satisfechas cuando ayudaban a sus clientes, cuando los atendían, les escuchaban, les aconsejaban, les resolvían, les ayudaban a decidirse, cuando salvaban vidas, evitaban peligros, curaban heridas… En  un tiempo no tan atrás, el trabajo tenía un sentido de transcendencia, de aportación para otros y esa aportación nos unía, nos hacía sentirnos parte de algo más grande. Sin embargo, con el paso del tiempo algo se rompió en el camino, se deshizo el vínculo entre trabajo y realización personal, entre trabajo y sentido de propósito, entre trabajo y contribución, y el trabajo paso a ser un mero medio de satisfacción de necesidades materiales y económicas, una transacción mercantil, el medio para ganar dinero, poder, fama, popularidad y otros sucedáneos de la felicidad y la identidad personal. En ese momento dejamos de sentir en el trabajo, dejamos de ser sherpas y, probablemente, también dejamos de ser felices.

A pesar de lo difícil que a veces nos lo pone está sociedad, en la que estamos viviendo, me siento una de esas afortunadas que todavía puede ser un sherpa en su trabajoporque cada año ayudo a muchas personas a escalar su propio Everest y cuando llegan a la cima, su felicidad es la mía, lo que siento es mucho más grande que la satisfacción de haber conquistado mis propias metas. No se cómo se sienten los sherpas cuando dejan a sus clientes de vuelta a la civilización tras haber conquistado la cima. Lo que siento cuando termina un proceso y veo que un cliente ha logrado lo que se propone, ha experimentado esa satisfacción de haber superado un reto personal importante, veo como se siente de orgulloso, de pleno, de feliz y que ya se siente su propio sherpa, su propio mentor, es difícil de explicar con palabras. Solo alcanzo a decir que me siento parte el cambio y eso me hace sentir parte de la vida de otras personas. 

En estos últimos años, en los que a mi actividad de formadora, consultora, coach y mentora, añado la de supervisar el proceso de aprendizaje de mentores profesionales, siento que estoy elevando al cubo la felicidad. Mi labor, además de formarles y ejercer de mentora, consiste en guiarles y ayudarles a que sean buenos mentores para sus clientes, para sus mentees, para lo cual superviso sus procesos de mentoring y, en cierta forma, siento que estoy ayudando a guiar de manera indirecta a sus mentees para que logren sus metas.  Así que muchas veces, tras una sesión de supervisión y mentoring con ellos, experimento la felicidad, de la felicidad, de la felicidad. Felicidad por la satisfacción de ayudar a otros a ser mentores y sentir su felicidad ante los progresos y cuando obtienen su certificación; felicidad por la felicidad que ellos sienten cuando sus mentees logran sus objetivos, gracias a su acompañamiento y trabajo; y felicidad por la felicidad de los mentees ante la satisfacción de haber completado el proceso de mentoring y haber alcanzado sus metas.

La felicidad sigue siendo la satisfacción armónica de las necesidades de autonomía, competencia y vínculo, unidas a la experimentación de placer o disfrute, lo que ocurre es que cuando las satisfacemos a través de lo que hacemos y, con ello, ayudamos a otros a satisfacerlas también, estamos amplificando la intensidad, profundidad, extensión y duración de nuestra felicidad. Además de placer y satisfacción, llegamos a la experiencia de gratificación y significatividad. Cuando hablo de felicidad indirecta estoy hablando de sentir mucho más que placer y satisfacción por el logro de nuestras metas, quiero expresar con ello la experimentación de un placer, una satisfacción y una gratificación por haber contribuido en alguna forma al logro de las metas de otros. Algo que te hace sentir una vida significativa.

Todos podemos aprender a experimentar la felicidad indirecta, ánclate a tu propósito, hazlo realidad en tu día a día, siéntelo y siente la felicidad de las personas a las que aportas con aquello que haces y amas hacer.

¿Y tú, te sientes un sherpa? Cuéntame tu historia dejándome un comentario en el artículo, juntos podemos contribuir a que haya más sherpas. 

 

Autora: Mª Luisa de Miguel

Directora Ejecutiva Escuela de Mentoring

Autora libro «Mentoring, un modelo de aprendizaje para la excelencia personal y organizacional» Ediciones Pirámide 2019

«Considera que tu identidad está en evolución y despréndete de las historias que ya no te sirven». Susan David

Agilidad emocional es soltar, pero soltar con consciencia, por elección, desapegarse de lo que nos impide fluir en la vida, acompañar la vida acompasándonos con ella, bailar con la vida. Soltar emociones, soltar pensamientos, soltar creencias, soltar relaciones, soltar para movernos con más flexibilidad y poder adaptarnos a las diferentes situaciones y retos que nos plantea nuestra existencia.

La vida líquida en la que nos hallamos inmersos, en la que todo lo que nos desagrada, no queremos o no nos gusta se cambia, se sustituye por otra cosa o se elimina nos hace creer, erróneamente, que haciéndolo progresamos, evolucionamos, maduramos o crecemos. Pero soltar no es cambiar, no es cambiar una emoción o pensamiento negativo por uno positivo, no es cambiar un trabajo por otro o una relación por otra. Soltar es elegir como responder en cada momento siendo conscientes de lo que esta pasando dentro y fuera de nosotros, de cuál es nuestro propósito, nuestra meta y los valores que nos guían. Soltar es gestionar y eso requiere inteligencia, trabajo, esfuerzo y voluntad.

Para soltar hace falta claridad, perspectiva y objetividad, no dejarnos llevar por el maremagnum de sensaciones, emociones y pensamientos, que se arremolinan dentro de nosotros en cada situación del día a día. No podemos gestionar adecuadamente nuestras reacciones cuando negamos la realidad, obviamos parte de la misma o la distorsionamos, o cuando convertimos en un hecho cierto y real lo que es producto de nuestra interpretación (o incluso imaginación) derivada de creencias, necesidades, deseos, estados emocionales, etc.

Vivimos encadenados a respuestas automáticas ante diferentes situaciones que nos ocurren: miradas de reproche cuando lo que escuchamos no nos gusta; descalificaciones sobre otros porque nos sentimos amenazados por su éxito, su competencia, su protagonismo, sus logros; excusas para justificar nuestros incumplimientos o para evitar comprometernos; aceptar ideas sin cuestionar para formar parte de la tribu, etc. Todas estas reacciones son respuestas automáticas a necesidades insatisfechas de las que no somos conscientes y es, precisamente, la falta de consciencia sobre nuestras verdaderas necesidades las que nos encadena a una vida de inercia, sin sentido, sin control, sin satisfacción.

La agilidad emocional es la capacidad de crear un espacio entre el estímulo y la respuesta, entre pensamiento y acción, entre el detonador que activa nuestra respuesta inconsciente y la elección de nuestra conducta en base a nuestra necesidad consciente y la demanda del entorno. Es crear un espacio entre el instante en que una persona cuestiona nuestra idea y la elaboración de una respuesta asertiva. Ese espacio se abre con una pregunta ¿que es lo que realmente está ocurriendo en mi y fuera de mi? ¿cómo puedo gestionarlo adecuadamente? ¿que respuesta me haría quedar satisfecho de forma duradera? Estas preguntas nos permiten ver con claridad, que es lo que realmente está pasando en la situación, y no reaccionar a ella solo como yo la estoy viviendo emocionalmente. Consciencia, autoconocimiento y empatía son la alianza perfecta para crear ese espacio donde brote la agilidad emocional.

Evitar las emociones desagradables, como la tristeza, el miedo, el enfado o el asco, pretender no tenerlas, no vivirlas o sustituirlas rápidamente nos impide descubrir su origen, su causa, qué las ocasiona. Detrás de todas ellas hay necesidades insatisfechas, valores personales no realizados y aspiraciones postergadas. Las emociones nos informan de lo que nos está pasando: la tristeza surge ante la pérdida de algo que valoramos, el enfado es una reacción a la transgresión de un límite o valor personal, el miedo es la respuesta a la amenaza sobre algo que es importante en nuestra vida, el asco la imposibilidad de tragar con una situación. Al desatendernos emocionalmente impedimos nuestro aprendizaje, nuestra capacidad de superarnos, nos volvemos frágiles. Por eso, en momentos en los que la vida nos golpea más fuerte nos venimos abajo, porque hemos perdido día a día la oportunidad de fortalecernos a través de una gestión emocional consciente y sincera. En otras ocasiones reaccionamos de manera desproporcionada a la situación o nos enfermamos.

Para evitar todo ello hoy quiero compartir contigo los 5 pasos que puedes comenzar a practicar para lograr la agilidad emocional en tu día a día:

1.- Tomar posesión: Todo comienza con una sensación y nuestra respuesta ante ella debe ser siempre una pregunta ¿Qué me está pasando? ¿Qué emoción estoy sintiendo? ¿Es tristeza, es vergüenza, es culpa, es frustración…? Una vez que la identifico (que ya te digo lleva su tiempo, a veces pueden ser hasta días) lo que sigue es apropiarme de ella, en el sentido de que es mía, no me la ha generado nadie, no es responsabilidad de nada ni de nadie. Lo estoy sintiendo yo, me está pasando a mi y me está pasando por algo que hay dentro de mi, que necesito descubrir y que ha sido activado por una situación externa, pero la situación no es la responsable. Otras preguntas que pueden ayudar son: ¿Qué ha ocurrido para que me sienta así?  ¿Que me está diciendo esto que siento? Si siento tristeza puedo preguntarme ¿qué he perdido? si tengo miedo ¿en que me siento amenazado? ¿Qué necesidad no está siendo satisfecha? Por ejemplo, la tristeza suele informarnos de la falta de amor, la ira de la falta de respeto.

Tomar posesión tiene que ver con aceptar lo que realmente está pasando, no huir de ello, no negarlo, no taparlo, no pretender escapar buscando un sucedáneo que me permita experimentar una situación placentera. Cuando tomo posesión, me hago cargo de mis emociones y de las necesidades que las generan, y al hacerme cargo no solo me apodero sino que me empodero, adquiero poder, me fortalezco. Lo que no aceptamos nos debilita, nos quita poder y ese vació de poder suele ser aprovechado por otros para manipularnos, dirigirnos o embaucarnos.

2.-Desapegarse: No soy mis emociones, no soy culpable, ni vergonzoso, ni frustrado, ni miedoso. Simplemente me estoy sintiendo así pero puedo aprender a canalizar esos sentimientos de una forma más beneficiosa para mi. Desapegarse es soltar, es mirar a la emoción desde la distancia, sabiendo que está en mi pero que no soy yo, que no me posee ella a mi sino yo a ella. Esa es la gran diferencia, lo que me posee me domina, me arrastra y me hace reaccionar; lo que poseo, lo gestiono, lo dirijo y respondo a ello como he decidido conscientemente. Tú decides si quieres ser espectador o protagonista de tu vida.

Para desapegarse hay distintas estrategias: escribir, entablar un diálogo con uno mismo pero como si fueramos otra persona, conversar con alguien que nos ayude a ver con más perspectiva y objetividad. Utilizar técnicas como las tres posiciones perceptivas, la herramienta resolución de conflictos internos, la técnica asociado/disociado, el reencuadre afortunadamente, el mindfulness. Si quieres conocerlas deja un comentario en mi blog y te envió alguna de ellas. Para desapegarnos es también importante ser empáticos con nosotros mismos, tratarnos con compasión, ver la intención positiva detrás de nuestros comportamientos.

Se trata de tomar distancia entre el pensador y el pensamiento, el que siente y el sentimiento para ampliar nuestra visión y nuestra percepción y ver donde antes no veíamos. Como dice la Dra. Susan David, se trata de tener «metavisión» una visión desde arriba, periférica, ampliada, distanciada y desapegada, sobre nosotros, sobre los demás y sobre las situaciones.

3.-Conectarse al propósito: antes de reaccionar, de actuar, de decidir, crea otro espacio para la conexión con tu propósito. Una sencilla pregunta día tras día cambia el curso de tu vida ¿este impulso, este deseo, esto que voy a hacer, esta decisión me acerca o me aleja de mi propósito vital? ¿en que medida me acerca o me aleja? ¿como contribuye a realizarlo a hacerlo realidad?

Sobre el propósito ya he hablado mucho en este blog, es el motor de la vida, es el para que de nuestra existencia, la causa de nuestra energía, de nuestra felicidad, el pilar de una vida con sentido. Si todo lo que hacemos está conectado con nuestro propósito nos sentiremos plenos, realizados y felices. La clave es tener claro el propósito y hacerse las preguntas anteriores.

El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para que vivir. Fiódor Dostoievski.

Si todavía no has descubierto y conectado con tu propósito vital puedes escribirme y te ayudaré a hacerlo a través de un proceso de coaching/mentoring. Puedes comenzar por indagar sobre tus valores, tus referentes, tus sueños, entre ellos habita el propósito.

La pérdida de vitalidad, energía, ilusión, esperanza, motivación, sentido realmente es una desconexión de nuestra vida con nuestro propósito, es una sucesión de decisiones y acciones desconectadas de él, que con el paso del tiempo nos van alejando más y más hasta perderlo de vista en el horizonte.

4.-Vivenciar nuestro propósito: De poco sirve estar conectado con él si no lo hago realidad y eso solo se logra cuando actúo conforme a él. Ni la felicidad, ni la vida se construye con sueños, deseos o intenciones, para ello hacen falta acciones, estas son las que definen lo que somos. 

Nuestra estancia en este mundo está llena de encrucijadas en las que tenemos que elegir diferentes caminos, unos nos hacen vivir en nuestro propósito y otros nos alejan de él. Vivir en nuestros valores, en nuestro propósito es un compromiso que asumimos con nosotros, cuando lo cumplimos aumenta nuestra confianza y nuestra credibilidad, cuando lo desatendemos se quiebra y con ella la posibilidad de ser felices. Cada acción que llevamos a cabo es a la vez una oportunidad y una muestra de cuánto creemos en nosotros, cuánto nos queremos y cuán comprometidos estamos con nosotros mismos, con nuestro propósito. Revisa cada día tus acciones para comprobar, sin engañarte, sin disculpas, culpables o excusas, en qué media vivencian tu propósito. Aprende, mejora, prioriza y se creativo. Estate atento a todo lo que te distrae del camino, convierte tu entorno en un aliado y acepta la pérdida asociada al camino no elegido. Cada elección implica una renuncia y hay que aprender a lidiar con el dolor de la pérdida.

5.-Bailar con la vida: Tómate la vida como una escuela de baile, siempre puede aparecer alguien que te enseña a bailar de forma diferente, te descubre un nuevo paso o crea una nueva coreografía. Aunque hayas escuchado la misma canción más de 100 veces nunca la vas a sentir igual y nunca la vas a bailar igual. Cuando sientas que dominas el tango siempre podrás hacer algo más para mejorarlo, para darle otro toque o descubrir que otras personas o en otro lugar lo bailan de forma diferente.

La vida es igual, siempre nos está mostrando, nos está poniendo a prueba y nos está enseñando. Si contemplamos a cada persona o a cada situación, que nos produce una emoción, como un mensajero de la vida, ese alguien o algo que nos viene a mostrar un aprendizaje, que nos pone ante un reto que va a hacer emerger de nosotros una parte no explorada, dormida, o acallada que necesitaba expresarse, nunca dejarás de bailar y de fluir con la vida.

El baile requiere práctica, práctica y más práctica, la agilidad emocional también. Entrena de forma consciente estos 5 pasos todos los días. En las escuelas de baile siempre ensayas y ejecutas frente a un espejo, un evaluador implacable. En la vida el espejo eres tu (también puedes pedir feedback) así que evalúa todos los días tus resultados para introducir mejoras y afianzar los logros hasta convertirlos en un hábito de vida. La agilidad emocional es un hábito. 

Si quieres saber más sobre Agilidad Emocional te recomiendo la lectura del libro de la Dra. Susan David, también puedes escucharla en esta entrevista.

Autora: Mª Luisa de Miguel

Directora Ejecutiva de la Escuela de Mentoring

Autora libro “Mentoring, un modelo de aprendizaje para la excelencia personal y organizacional”. Ediciones Pirámide 2019

“El niño es el constructor del hombre y no existe ningun hombre que no se haya formado a partir del niño que fue una vez.” Maria Montessori

Si aprendemos a amar al niño que hay dentro de nosotros, al que guarda como un tesoro su verdadera esencia, hasta el punto de romper en llanto cuando la toca, la siente, se la arrebatan, o la comparte, será posible explorar y desarrollar toda la grandeza de la persona que llevamos dentro. 

Durante tiempo he estado formándome en la metodología Montessori con el International Montessori Institute, buscando descubrir las conexiones del método Montessori, con la metodología que he desarrollado a través del mentoring para trabajar con las personas. Cuando comencé a sentar las bases de mi método me inspire en María Montessori, en los escasos artículos y referencias que en aquel momento encontraba sobre su pedagogía, y en experiencias de personas que tenían hijos educándose en colegios Montessori. Durante todos estos años siempre he querido profundizar más en la filosofía educativa de esta gran mujer. Lo que he descubierto es que mi forma de trabajar con las personas adultas, que es mi campo de acción, es igual a la que se utiliza con los niños en los colegios Montessori. Esto puede resultar extraño, pero mi planteamiento es que cuando alguien se enfrenta a un nuevo aprendizaje, al desarrollo de un nuevo comportamiento, un nuevo rol, o una habilidad, realmente con quien hay que trabajar no es con el adulto que tenemos delante, sino con la persona que puede llegar a ser, y ahí el mejor guía de la excelencia es el niño que un día fue.

Lograr que el potencial se convierta en talento, es volver a mirar al niño que fuimos y apreciar en él aquello que no se le ha permitido ser, es brindarle la oportunidad de que lo descubra, lo explore, lo desarrolle y lo comparta con el mundo.

Para mi el método Montessori es la Pedagogía del Amor, y la esencia de mi modelo de mentoring es la mirada apreciativa, la mirada del amor. Y esa mirada apreciativa yo la dirigido al potencial, especialmente al potencial que no se ha podido desarrollar, al niño que no ha podido explorar todo lo que es, porque eso es lo que se interpone en el adulto que realmente quiere ser y mostrar al mundo. La mejor versión de uno mismo, de la que tanto se habla.

Al final se trata de sentir amor por las personas, por lo que son y como son, y que ellas sientan ese mismo amor por ellas mismas, porque solo así, amándose por lo que verdaderamente son, podrán dar amor a otros. Nadie puede dar lo que no tiene, si no tienes amor por ti mismo, dificilmente puedes dárselo a otros. Se trata de que descubran quienes son realmente, y que quieran aquello que naturalmente son, y que no quieran ser como otros, convertirse en algo que no son, sentirse permanente incompletos porque que les falta algo y dedicar toda su vida a buscarlo.

Solo desde el amor por uno mismo se llega a la libertad, a la libertad de ser, y la a libertad de dejar ser a los demás. Y es desde esa libertad, desde la que podemos alcanzar la confianza, primero en nosotros mismos y luego en los demás.

 «Generalmente ganamos la confianza de aquéllos en quienes ponemos la nuestra.» Tito Livio

 

La confianza es la llave del talento, abre las puertas para que se puedan desarrollar una personalidad psicológica óptima, según el modelo de Carol Ryff, que para mi es lo que en la educación montessori es el proceso de normalización del niño. En los procesos de mentoring y de desarrollo del talento trabajamos la reconstrucción y fortalecimientos de estos 6 pilares de la funcionamiento psicológico óptimo, sin los cuales el despliegue del talento no es posible.

 

Los 6 pilares de una Personalidad Psicológica Optima

 

 

Modelo bienestar psicológico Carol Ryff

 

1.-  Autonomía: autoevaluación y autorregulación de la conducta en base a criterios internos y propios, decisión y determinación, independencia, desarrollo del criterio propio y de la capacidad para resistir y no ceder a las presiones sociales.

Si desde pequeños no nos dejan elegir y decidir, qué queremos comer, aprender, vestir, hacer, etc, etc, etc, nos volveremos adultos indecisos, complacientes y sumisos, cambiantes en nuestras conductas según el patrón externo al que nos sometamos en cada momento. Y después de los años, de repente, llega un momento en el que ya no sabemos quienes somos.

2.- Autoaceptación: actitud positiva hacia uno mismo, quererse y valorarse por lo que se es, y no por los resultados que obtenemos. Aceptar las fortalezas y debilidades, y entender que ambas forman parte de lo que somos.

Insistir en corregir las debilidades, rechazarlas, nos hace vivir en la búsqueda permanente de algo que nos complete. Nunca es suficiente, porque tiene que ser perfecto, y esto conduce a la infelicidad, y no tiene nada que ver con el conformismo, se trata de aceptación, de amor, de la empatía por uno mismo.

3.-Propósito en la vida: encontra nuestro lugar en el mundo, para lo cual es necesario que nos dejen ser y hacer, intervenir desde muy pequeños en el mundo, manipularlo, jugar con él, para ir encontrando poco a poco nuestro sentido personal en él, lo que nos aportará una meta, una dirección y un rumbo. Lo contrario nos lleva a la deriva, al sin sentido, a la pérdida del norte, al descontrol.

4.-Crecimiento personal: sentir el progreso, la evolución de nuestro desarrollo y aprendizaje, el grado de avance en el logro de nuestras metas, nos da confianza para estar abierto a nuevas experiencias que nos engrandecen.

Cuando no nos aceptamos nada es suficiente, y no miramos lo logrado si no lo que falta, y nunca sentimos que mejoramos. Si no elegimos porque no somos libres y autónomos, no sentimos que lo logrado sea nuestro, y esto nos frustra y no nos deja ver nuestros avances.

5.- Control ambiental: sentir que el mundo es un mundo de oportunidades en el que podemos intervenir a través de nuestras elecciones y actos, y podemos crear, aportar, construir. Sentir que con nuestros actos logramos resultados importantes nos hace vernos como personas competentes, con poder personal para hacer. Esto genera la motivacion para iniciar nuevas actividades, para perseverar en ellas. Nos convierte en seres activos, creadores.

Si no confiamos en nuestras posibilidades de hacer, si no nos han dejado desde pequeños elegir, actuar, veremos el mundo como una jaula en la que no tenemos opciones, por lo tanto no lo intentaremos y nos convertiremos en meros espectadores y sujetos pasivos. Adoptaremos el papel de víctimas y encontraremos salvadores por todas las esquinas en los que abandonaremos nuestra libertad, nuestra independencia y nuestro poder personal.

6.-Relaciones positivas con otros: la confianza en uno mismo, el amor por uno mismo, la sensación de ser parte activa del mundo, nos hace más cercanos con los otros, nos empuja a interactuar, a establecer relaciones desde la confianza y el amor mutuos, y no desde la dependencia, el trueque de necesidades, la dominación.

Solo desde una verdadera autoaceptación, autonomía, clara dirección, y sensación de control y progreso se pueden construir relaciones sanas y enriquecedoras con los demás. Como seres sociales que somos, nos desarrollamos y crecemos en nuestros encuentros con los demás, el talento solo existe en un contexto social de interacciones sanas con los otros.

Y es así, como desde la pedagogía del amor, logramos hacer crecer el amor por nosotros mismos, y de ahí nace nuestro poder para dar al mundo lo mejor que somos, y nuestro amor se transforma en obras, en proyectos, porque como decía el poeta Kahlil Gibrán «El trabajo es amor hecho visible.»

 

Si quieres descubrir y recorrer este camino de la pedagogía del amor, te espero en Escuela de Mentoring. 

Colaboración de nuestra Directora Ejecutiva, Mª Luisa de Miguel en la revista Mujer Emprendedora.

La historia del ser humano siempre ha sido un juego equilibrado de intereses e ideales. Sin embargo, hace ya tiempo que ese equilibrio se ha roto en favor del interés, dejando a un lado los ideales. La economía lo ha inundado todo y se ha erigido en soberana de nuestros intereses. Hemos dejado que sean el mercado, el poder económico y financiero quienes dicten las normas y nosotros las seguimos sin cuestionarlas. Nos han convencido de que tanto tienes tanto vales y que nuestra autoestima, nuestro valor y dignidad como personas se pesa en monedas o se cuenta en billetes.

Uno de los ideales que hemos abandonado es el de la vocación, ese deseo o inclinación a realizar unas determinadas actividades o proyectos frente a otros, a desempeñar unos roles en lugar de otros, a ejercer una carrera profesional y no otra. Elegimos esas actividades, proyectos, roles y profesiones porque nos inspiran, nos permiten realizar nuestras potencialidades, nos hacen sentir que somos útiles para los demás y que nuestra vida tiene sentido.

Como diría Ortega y Gasset, “el yo de un hombre es su vocación”, un proyecto vital que se convierte en nuestro vehículo para realizar nuestros valores, nuestro potencial, nuestras necesidades, anhelos, aspiraciones, nuestras motivaciones e intereses, nuestra particular forma de ser y estar en el mundo, y la forma de expresarla son nuestras actividades personales, profesionales y sociales.

A la vocación la hemos matado entre todos, la hemos asfixiado hasta ahogarla cada vez que le tapamos la boca cuando quiere hacer oír su voz. La hemos matado cada vez que, desde distintos ámbitos insistimos en que la elección de estudios debe estar orientada al mercado, a los trabajos que demandan las empresas, en lugar de interesarse por lo que hace felices a las personas, les inspira, les apasiona y mejor saben hacer; cada vez que le decimos a una persona lo que tiene que ser en lugar de escuchar lo que quiere ser o ayudarla a serlo; cada vez que despreciamos, desvalorizamos, ninguneamos una actividad profesional porque no está de moda, no es rentable o no es socialmente reconocida.

A la vocación la hemos matado y las consecuencias de nuestro crimen nos acechan por todas partes: en cada rincón aparecen hombres y mujeres,  en la mediana edad, que ya están pensando en jubilarse para dejar de trabajar y dedicarse a lo que les gusta; personas cuya única esperanza es ganar el premio de la lotería para retirarse de un trabajo, que sienten les está robando la vida; niños y adolescentes cuya aspiración futura es ganar mucho dinero, tener el último modelo de móvil, coche, etc., ser famosos, ser youtubers y tener millones de seguidores con independencia de lo que hagan para ello; un tsunami de libros, seminarios y gurús de la autoayuda dispuestos a resucitarnos; una enfermedad, la depresión, que se está convirtiendo en la primera causa de discapacidad a nivel mundial; un síndrome, el burnout, caracterizado por el desgaste profesional, que la OMS ha declarado como enfermedad laboral; conversaciones plagadas de expresiones como “necesito reinventarme”, “siento que falta algo en mi vida y no se que es”, “quiero encontrar lo que verdaderamente me llena”.

Todo ello ha generado una atmósfera de hastío, apatía, frustración, desánimo, desesperanza, una desconexión entre el trabajo y la realización personal. Porque con la muerte de la vocación no hemos perdido solo un concepto o un ideal, hemos perdido la motivación, la creatividad, la voluntad, el compromiso, la inspiración, la felicidad, la satisfacción y realización personal. Y lo que es peor, al renunciar a nuestros ideales, a nuestra vocación nos hemos traicionado a nosotros mismos y vivimos en lucha permanente para acallar una insatisfacción que nos corroe y corroe nuestra sociedad.

La situación vivida a causa del COVID-19 ha puesto de manifiesto lo importante que es vivir y trabajar desde la vocación: profesionales de la salud trabajando sin descanso, poniendo en riesgo su vida; policías realizando acciones que exceden con mucho de sus responsabilidades (llevar la compra a ancianas en poblaciones alejadas, felicitar con sirenas el cumpleaños a niños en situaciones vulnerables y confinados); profesionales de la medicina ya jubilados que han decido regresar a trabajar para combatir el virus renovando su compromiso con la sociedad y con su vocación; miles de makers unidos en diferentes lugares fabricando mascarillas y pantallas protectoras; un ejército de costureras repartidas en distintas ciudades confeccionando miles de mascarillas, y otros muchos ejemplos.

Y lo mejor de todo es que ese ejemplo vocacional nos ha inspirado a todos, nos ha hecho salir a los balcones a aplaudir cada día a las 20:00 horas para decirles “estamos con vosotros”, “somos vosotros”, porque en el alma de cada uno de nosotros latía un deseo de ser ellos, de sentir esa energía, esa fuerza que se experimentan cuando estás haciendo aquello en lo que crees, en lo que aportas y que te apasiona, a pesar de las circunstancias adversas, el miedo, los obstáculos, el esfuerzo y el cansancio. Porque eso es la vocación, dar lo mejor de ti para ponerlo al servicio de otros que lo necesitan, trabajar con convicción, dedicación y  pasión, volver a casa con un sentimiento de que el esfuerzo y el día han merecido la pena, y levantarse con ganas de seguir haciéndolo.

En esta crisis hemos estado viviendo en dos mundos diferentes, un mundo de personas que han actuado movidas por su vocación, por sus más altos valores, y un mundo de personas que han seguido actuando movidas por el interés. Desde las ventanas de nuestras casas, desde las de nuestras pantallas, y desde las de unos ojos que han tenido mucho tiempo para mirar hacia dentro, hemos podido contemplar dos maneras diferentes de comportarse y de vivir.

Ahora que comenzamos a recuperar la ansiada “normalidad” o la “nueva normalidad”, como algunas la llaman, quizás sea el momento de preguntarnos ¿que es realmente la normalidad? o ¿cuál es la normalidad que queremos construir y en la que queremos vivir? ¿Queremos seguir renunciando a nuestros ideales?, ¿queremos vivir únicamente movidos por el interés económico? o ¿queremos luchar por hacer realidad nuestra vocación?

A lo mejor la “anormalidad” vivida durante estos meses de confinamiento ha sido una llamada de atención para cuestionarnos si la normalidad era normalidad o más bien estábamos viviendo una ceguera existencial, como los protagonistas de la novela de José Saramago. Creo que en lugar de llenar páginas y conversaciones preguntándonos como será la nueva normalidad, quizás deberíamos comenzar por resucitar el valor de la vocación y edificar nuestra existencia individual y social sobre ella.